Vida cotidiana…
Jóvenes y Adultos
El niño nace, ya que deja de llorar como método de aprendizaje de la respiración, lo primero que necesita es un pezón en la boca para alimentarse. Lo encuentra por fin, sea natural o artificial y empieza a mamar, pero una vez logrado esto, en cuanto tenga la coordinación psicomotriz necesaria, que será en unos días más, abrirá sus ojos y verá los ojos de su madre.
Ese será el primer intento de comunicación bilateral con otro ser humano desde que salió de su cápsula espacial matriz y cayó de nalgas en este planeta.
A partir de ahí habrá millones de intentos de establecer una comunicación satisfactoria; pero todos serán intentos parciales, nunca podrán ser completados, ni siquiera cuando ambas partes lleguen a un acuerdo de mutuo entendimiento a través del lenguaje articulado, que tomará unos cuantos años en aprenderse.
“¿Entendiste?”, “Sí, mami”, se oirán por la casa una y mil veces por el mismo o por nuevos acuerdos entre madre e hijo/a. Sabemos que ninguno de esos entendimientos es definitivo, pero en el contrato no dicho, ambas partes hacemos como si lo fuera. El idilio hijo-madre no alcanza a ser cumplido por la comunicación verbal y consciente; las palabras no bastan.
Sin embargo, la comunicación NO-verbal e inconsciente o el lenguaje corporal, como le quiera llamar, tiene su propio proceso de crecimiento en la interacciones entre hijo/a y madre e informa de manera secreta a todas las partes en juego de más cosas que las que son dichas, que son articuladas, habladas, que son razonadas, procesadas mentalmente y se mantienen en la memoria.
Esa otra información no-verbal, no-dicha, a pesar de no estar en la conciencia o en la memoria recuperable, de todos modos participa de la idea del otro que cada uno tiene, por el resto de sus vidas.
Un ejemplo simple es el conocimiento del carro propio que tiene cada propietario: el manual del usuario tiene la información verbal común a todos y es necesaria para conocerlo; pero NO suficiente: el uso diario de su automóvil es lo que lo hace único e irrepetible, diferente al carro de su vecino, aunque sea de la misma marca y modelo.
Pídaselo prestado y manéjelo y verá; y ese ejemplo se repite con mayor fuerza en su relación con su computadora personal y su teléfono celular.
Si esa insuficiencia se da con las cosas de su entorno, que son desproporcionadamente simples comparadas con la complejidad de la mente humana, podremos darnos cuenta de la imposibilidad de entrada de una comunicación completa y satisfactoria entre los seres humanos que viven bajo el mismo techo.
Tal vez eso explique en parte que haya gente que renuncie a la interacción social con otras personas y prefiera la relación con los animales o los instrumentos, con quienes no necesita una interacción verbalizada, hablada, articulada, razonada. Es natural.
La realidad es que la comunicación verbal también produce emociones, o sea, movimientos del alma, de los sentimientos, de los deseos, que son reescenificaciones de los mismos que se produjeron entre madre e hija/o en los primeros años de vida, al mismo tiempo que se aprendía la lengua materna; y tales deseos, producto de las fantasías infantiles, no serán satisfechos. Por lo tanto, lo verbal incomoda y a veces duele más profundamente que lo que queremos aceptar.
La comunicación verbal es el grado más alto de transmisión y recepción de los contenidos de la mente, de eso nadie tiene duda, y tal vez por eso mismo lo tolera; pero también el lenguaje es el método más complejo, el más difícil de aprender, el más lleno de contradicciones y el más insatisfactorio para comunicarnos.
Algunos lo consideran al final de todo como un método de engaño y manipulación del otro y prefieren el silencio; y tal vez no les falte razón.
Hay poetas que hablan de las delicias del silencio, de la contemplación de la naturaleza y sus criaturas o de la reflexión mística; la humanidad hablante es nociva, es peligrosa y hace daño con las palabras. (“Prefiero ser rey de tus silencios que esclavo de tus palabras”, William Shakespeare).
Algunos religiosos privilegian el aislamiento monacal absoluto de hombres o mujeres para poder hacer contacto con Dios, sin la contaminación de lo que los demás hablan, que siempre vendría contaminado de maldad.
En fin, la comunicación, y en especial la comunicación verbal, tiene la doble insignia de ser la que produce el conocimiento más completo y profundo, pero al precio de una frustración emocional del mismo tamaño.
La expresión de Sócrates “Yo sólo sé que no sé nada” es una verbalización que contiene dos realidades humanas, (1) el placer narcisista de saber y (2) el berrinche por saber que al decirlo, el conocimiento se acota o se limita por el no-saber, por el ignorar; y la ignorancia propia es una herida narcisista que se instala como la madre de todas las angustias. Reconocerlo necesita de valor.
Ahora sí podemos acercarnos tal vez a entender que la comunicación entre padres e hijos y viceversa es una misión imposible.
Si los padres esperan que los hijos sean unos adultos clones de ellos están destinados al fracaso. Claro eso es obvio.
Además los hijos están hechos genéticamente con la mitad del DNA del padre y la otra mitad de la madre, por tanto NO puede ser el clon de ninguno de los dos; y no hay una manera que pueda poner de acuerdo a los dos, nunca la hubo, nunca la habrá. Por tanto el hijo/a será DIFERENTE a cada uno de ellos (para bien o para mal).
Si los padres quieren que sus hijos sean cualquier otra cosa, pero NO igual a ellos, la frustración será por las mismas razones pero con signo menos: si el hijo/a viene con la mitad de su código genético de cada uno de los dos, tendrá forzosamente qué traer algunos contenidos de cada uno de los padres, aunque sean combinados.
Ahora, ya sabemos que lo genético solamente es lo orgánico, pero no es necesariamente lo psicológico, lo espiritual, lo que define el carácter, aunque lo determine. Pero la metáfora sirve perfectamente, porque la formación del carácter en el desarrollo psicosexual infantil tomará partes de un padre y del otro (igual que la genética) y las incorporará sin tener que darse cuenta.
Lo que la adolescencia expresa es la rebeldía o el berrinche contra el paraíso prometido como si fuera campaña electoral de político corrupto y que no se cumplió o no se está cumpliendo como decía cuando voté por él y ascendió al poder (de mi mente, de mi ilusión, de mi fantasía).
¿Cuándo lo prometimos? Dirán los padres asombrados por este reclamo adolescente. Y el adolescente no podrá verbalizarlo. ¿Por qué? Porque la promesa nunca fue dicha, fueron los mensajes no-verbales, los mensajes corporales, las miradas, los gestos de la cara, las medias vueltas del cuerpo, las indiferencias, los abandonos, todo el lenguaje del cuerpo que en la adolescencia se vuelve el deporte cotidiano en los pasillos de la escuela, en las canchas deportivas, etc.; y en los deseos secretos (agresivos y eróticos) asociados con este lenguaje no verbal.
“Pero de eso yo no tengo la culpa”, dirán los padres, con razón. ”Pues alguien la tiene”, dirán los hijos/as, “Porque aquí el fregado soy yo”.
Y de pronto, al sanar de su adolescencia con el tiempo, que es el único remedio del Dr. Oscar Wilde, y entrar a la juventud para ponerse a producir la siguiente generación de seres humanos, padres e hijos se dan cuenta de que los culpables son los abuelos, los padres de los padres que enseñaron a hablar a los hijos, los que a su vez tuvieron otros hijos, que les enseñaron hablar a los actuales nietos.
Pero esta comprensión llega demasiado tarde, para entonces ya pasaron los primeros cinco años de formación del carácter de la nueva generación y, cuando menos a los primeros, ya les tocaron todos esos reproches por todas esas frustraciones. Tal vez por eso los socoyotes (los últimos hijos/as) resultan típicamente más sueltos, más liberados, menos frustrados. Pero eso es una leyenda urbana, no se lo crea a pie juntillas, se dan casos, pero todo aquí es personalizado e individual...
Lo que sí es cierto es que a las generaciones adolescentes últimas, cada vez les interesa menos la comunicación verbal, el aprendizaje del habla y la escritura. Por eso resulta que si la tecnología los obliga a usar la escritura por el chat, generan su propia taquigrafía que los menos creativos copian tan rápidamente como se los permite el deseo de pertenecer al grupo social donde se da el chat; además de la satisfacción de los deseos secretos de poder, agresión y eros que están implícitos en cada comunicación.
Y los padres (y con mayor razón los abuelos) quedan fuera de esa comunidad adolescente que así realiza una venganza simbólica contra las generaciones anteriores; por no comunicarse con ellos más que en términos de la moral, el poder, el dinero y la conveniencia, en lugar de la convivencia, social.
Una venganza destinada a ser sufrida por la misma razón cuando sus propios hijos sean adolescentes.
Así es como la maldición de las antiguas madres de rancho: “¡Ojalá que tus hijos te hagan a ti el doble de lo que tú me haces a mí!”, se cumple puntualmente generación tras generación, con una moda o con otra.
Así que si usted cree que lo que falta en esta casa es comunicación, tiene razón. Bienvenida al club. En TODAS las casas falta comunicación.
“Entonces ¿qué tengo qué hacer?”. La respuesta es la misma que la respuesta a “¿Qué tengo qué hacer para moverme de este cuarto al otro de esta casa?”: “Caminar, moverse de ahí”. El problema no es la comunicación, entre las generaciones sino el NO saber que la comunicación siempre es incompleta; y usted no tiene la culpa de ello, pero sí tiene la responsabilidad de saberlo.
La incomunicación entre generaciones es un fenómeno cultural y civilizado. Es como adaptarse a trabajar sin seguro, es como aceptar que hay violencia en las calles, drogadicción, alcoholismo y el ruido de 90 decibeles de música naca a las 3 de la mañana afuera de su casa. Es como ver en la tele lo que ven sus hijos en el Cartoon Network y no asustarse con la agresividad de las caricaturas; es tener que hablar con el hijo de primero de secundaria sobre condones y sexo seguro y con las niñas también; es saber qué es lo que pasó conmigo en mi desarrollo en realidad y porqué nunca aprendí de mí algo más que sólo lo que yo creo de mí, desde mi idea de lo que ‘así soy yo’, para entender mejor lo que pasa por mi hijo/a.
O sea, la in-comunicación también está en la telenovela, en los discursos políticos, en los noticieros y hasta en estas pláticas de superación personal que no se les entiende nada.
No está solo en las generaciones familiares, no solo en su casa, no solo en su familia, no solo en usted.
Eso no alivia el problema que enfrentamos, al contrario, solo lo hace visible; solo lo saca al aire y a la luz.
Solo convierte lo que daba pánico en un reto en el que vale la pena invertir tiempo, inteligencia y afecto, porque significa la tranquilidad del futuro.
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sábado, 27 de febrero de 2010
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