Los blogs de opinión abierta donde discuten hombres y mujeres, son igualitos que los blogs políticos electorales en plena campaña. O sea, la inteligencia no está ahí, salió a dar un paseo mientras los muchachos y las muchachas definen su género como la víctima del género opuesto y a partir de ahí brotan miles de argumentos falsos sobre el género del otro, basados en unos cuantos argumentos falsos sobre el propio género.
El resultado es una mezcla de opiniones cargadas de odio, de ideología, de agresión disfrazada de ironía, de reproche cultural, de intentos fallidos de recuperación de las pérdidas, de apelaciones a la paz, a la voluntad de Dios, incluso ideas ingeniosas y alegres de convivencia... cualquier cosa que a usted se le ocurra, excepto aceptar los límites del conocimiento humano, de la naturaleza y del amor mismo.
Pareciera que la definición de sí mismo estuviera basada en un acto de justicia, en una justi-ficación, en lugar de estar basada en una explicación racional del fenómeno.
En un momento dado, a ninguno de los géneros parece interesarle tal explicación; y lo que importa más es ganar esta discusión, ganar TODA la discusión y con ella transformar al mundo.
No hay nada que se parezca más a los actos políticos electorales.
Por eso al final de la discusión política, al final de los debates, de las películas, los artículos, las encuestas, los spots en los medios, están las votaciones; donde la mayoría decide quién tendrá el poder por un período determinado por el contrato social que representa la ley.
En lo ideal, ésa es la democracia (y ni así funciona como quisiéramos).
El problema con la definición del género es mayor, porque no hay elecciones para definir cuál de los dos tendrá el poder durante cuánto tiempo obedeciendo a qué contrato social o ley.
Incluso cuando logran casarse y firmar ese contrato, nada hay que garantice la unión que pretenden.
Es como si el amor que los unió y la procreación que resultó, estuvieran en conflicto crónico, en contradicción eterna.
El instinto sexual empuja a la unión de los géneros por el amor y para ello necesita el enamoramiento, el cual arrasa con toda experiencia y toda razón. De no ser por el ritual amoroso, de la elección de pareja, la especie humana ya se hubiera extinguido.
El instinto de conservación de la especie empuja a la unión por las leyes de la evolución, incluyendo la supervivencia del más apto.
La cultura y la civilización aparecen en la vida humana con la pretensión de poner orden en el caos; una pretensión a todas luces incompleta.
Tan incompleta como el proceso evolutivo del ser humano.
“Errare humanum est”, no es sólo una frase genial de Cicerón, sino la definición precisa del ser humano que yerra, del hombre que se equivoca, por si quedara alguna duda.
O sea, si hay algo en común entre ambos géneros, es su habilidad para equivocarse.
Por eso estamos ahora aquí, tratando de ver de más cerca estas falsas ideas que los hombres tienen de las mujeres. (El siguiente sábado nos acercaremos a las ideas de las mujeres sobre los hombres.)
La intención no es otra que tratar de conocer el abismo que nos separa; no pretender hacerlo desparecer como si fuésemos dioses del Olimpo, lo que nos exhibiría automáticamente como ilusos, o en el mejor de los casos como comediantes, y en última instancia como malos vendedores en el mercado de las ideas chatarra.
La diferencia entre el hombre y la mujer es una realidad, aunque usted no lo crea, aunque usted no lo quiera. Es increíble que tengamos que decir una frase así sobre algo tan obvio; es como tener qué decir que, aunque Venus y Marte sean dos planetas del sistema solar, son diferentes entre sí.
Aquí el asunto (o el tema, como se dice ahora) es saber en qué consiste tal diferencia.
Y es cuando tenemos qué partir primero de las diferencias anatómicas y fisiológicas y sus consecuencias en las relaciones entre los hombres y las mujeres.
Para evitar sentirnos amenazados con una aburrida disertación sobre el desarrollo evolutivo vayamos al grano de las diferencias vistas desde lo que se carece: Los hombres no tienen matriz, no tienen mamas y no tienen instinto materno. No tienen un umbral del dolor físico que les permita soportar el parto, como las mujeres. Es bien conocida la ironía que sostiene: “Si los hombres así como son fueran los que parieran, no habría nunca más de un hijo por hombre y se acabaría la sobrepoblación mundial”. Los hombres no tienen respeto por lo sedentario y por la previsión del futuro. Tienden a regar su semilla por todas partes; o sea, a ser infieles. Son belicosos y autodestructivos. Son arriesgados y tiene sueños de grandeza más allá de sus capacidades reales, o sea no tienen un principio de realidad claro. Su calendario es solar.
Por su parte, las mujeres no tienen pene ni millones de espermas de sobra, sino unos contados óvulos para ser fecundados en cierto tiempo; siguen un calendario lunar hasta la menopausia; no tienen una musculatura de mayor capacidad de esfuerzo, no sienten mucha atracción por el riesgo, no pueden deslindarse del todo de la conservación de la casa y las cosas; no pueden evitar ser, desde los tiempos de las cavernas, las guardianas del fuego, del matrimonio y del patrimonio. No pueden ser irresponsables con la prole y tienen cierta dificultad para ser infieles sin sentirse culpables.
No se explican, ninguno de los dos géneros, que estas carencias sean intrínsecas y que, a pesar de los decretos sobre sus “preferencias”, declaraciones de independencia o autonomía y demás movimientos políticos sobre el sexo en la cultura, no desaparecen de la realidad de la vida cotidiana en pareja.
Al menos como grupo humano no lo hacen. Los afortunados individuos que logran asumir profundamente las limitaciones a las que sujeta la evolución, son los que mejor conviven con su pareja.
Eso no significa renunciar a su individualidad que, se quiera o no es propia; incluso cuando se pretende entregarla a la voluntad del otro, soy Yo quien lo decide.
La sensación de pérdida que incorpora la vida en pareja proviene de ignorar que la libertad de la vida en soledad funciona contra natura y que la naturaleza lo reclamará fría y sistemáticamente con malestar.
La naturaleza exige al sujeto que cumpla con su razón de ser o lo que sea el mandato de conservación de la especie y para eso necesita compartir su preciosa individualidad y autonomía con el sexo opuesto; no es una dictadura, es una necesidad, un instinto.
La procreación tiene un costo: negociar parte de mi libertad y autonomía a cambio de vivir en pareja. O sea, siempre es una pérdida. El hombre la ve como pérdida inmediata, como una concesión a la mujer, de su libertad natural de hombre, sea lo que eso sea. Y la mujer la ve como una pérdida deseada pero como una mala transacción, como si la casa que se compró resultara ser más chica o defectuosa que lo que costó; cosa que, tarde o temprano, SIEMPRE se cumple.
O sea, la visión que ambas partes tienen de su participación en la sociedad conyugal, con papelito o no, es que salieron perdiendo en el trato.
Si no fuera por el placer y la satisfacción que trae la prole, no habría pareja posible, porque nunca es suficiente para ser visto como equitativo. Y en los últimos años las estadísticas parecen decir que la pareja está en decadencia, que cada vez dura menos o no vale la pena el sufrimiento por un placer que se vende barato en el mercado ilusorio de Las Vegas, de Hollywood, o acá más pobremente en el tianguis de la tele y la fuga etílica o psicotrópica.
Pero lo prometido es deuda, y ahora nos acercaremos a la visión del amor desde los hombres. O lo que es lo mismo, lo que los hombres esperan de las mujeres, independientemente de que ellas lo puedan o quieran cumplir o no.
1 Los hombres tuvieron un primer amor con su madre en el idilio del primer año de vida. No lo recuerdan, pero siempre desean recuperarlo. Es lo más cercano al deseo de recuperación del paraíso perdido. La mujer que amen como adultos será la heroína de su universo que les llenará ese hueco. Con esa idea en el corazón, pero no en la cabeza, se casan.
2 Cuando la realidad entra por la puerta, porque el enamoramiento salió por la ventana ya que cumplió con su cometido de llenar de plebes la casita de interés social, la mujer ideal, la heroína de su vida, se transforma en la bruja en que se transformó su madre cuando lo sacó del paraíso y lo obligó a no hacerse pipí ni popó en los pañales y aprender a ser civilizado. Un aprendizaje siempre doloroso aún en la mejor de las condiciones. Tardará más de quince años en que la naturaleza le cumpla en otra mujer la esperanza de recuperar el paraíso perdido. Y toda la vida para entenderlo.
3 El hombre no lo sabe, pero en su interior desea que la mujer que ama tenga un cierto sabor de madre ideal, que le perdone todos sus errores (como lo haría la mamá de Pedro Infante) y enseñarle cariñosamente a no volverlo a hacer. Si no se cumple esa ilusión, difícilmente se hace la machaca.
4 No hay mujer perfecta, por tanto esta que me tocó está defectuosa de fábrica. Nunca es por mi culpa, por tanto es por culpa de mi suegra que es una bruja metiche etc., etc. (NOTA: En cierto modo el hombre tiene razón, él no parió ni crió a su pareja; pero lo mismo le pasa a su mujer y sin embargo él exige que ella se comporte como su madre). Ambos tienen verdades intuitivas certeras acerca del otro, pero son parciales y egocéntricas.
5 Al pánico que el hombre le tiene a la responsabilidad (económica, psicológica y moral) de la propia vida se suma el de la responsabilidad de la vida de otros; y a esos pánicos se le agrega la sensación de que la mujer no sólo se comporta como si ella no tuviera miedo sino que le exige que él tampoco lo tenga y hasta que lo desee y lo procure. Por eso la paradoja: lo elusivo del tema de la formalización de la pareja en el hombre, es directamente proporcional a la urgencia del tema matrimonial en la mujer.
6 La infidelidad no es un valor moral, ni obedece a ninguna ley de la naturaleza que obligue al hombre; pero para la mujer, lo sepa o lo ignore, es un asunto de supervivencia de la especie, mientras que para el hombre es una pulsión a la inversa; o sea, mientras más semillas siembre, cumple más con la ley de “creced y reproducíos”. La fidelidad que la monogamia exige puede ser justa, pero es un esfuerzo civilizador que exige mayor esfuerzo en el hombre y no tiene la misma dificultad básica en un género que en el otro; es una diferencia fisiológica, no cultural, ni política. Además, parece ser que se olvida el hecho de que, para que se dé la infidelidad del hombre, se ocupa a “otra” persona que también es mujer. O sea, aquí se asoma una competencia por el poder entre mujeres que luchan por “sus” hombres.
La fidelidad es un principio de operación institucional, es como el celibato religioso; es válido ideológicamente pero su posición contra natura puede tener consecuencias moralmente adversas.
La infidelidad es un rompimiento del contrato original de la pareja. Las consecuencias son la confirmación de la desilusión de las partes: la consecuencia es dual: o se renegocian las condiciones del contrato, o se deshace la sociedad y punto.
Es obvio que la visión masculina es parcial por definición y que tiene más puntos que los vistos aquí, pero usted puede extender el método y completar los puntos con su experiencia vivida en su propia Vida Cotidiana y, si puede, con la mente abierta.
Al final del siguiente programa, después de ver la visión del amor desde la mujer, nos pondremos a hacer un acercamiento a los puntos comunes que presenta la dificultad de vivir en pareja.
Es el principio de lo que se acerca a una posible explicación al por qué los seres humanos tienen tanta dificultad para vivir en sociedad.
http://jperezrobles.spaces.live.com/; VC100410AmorHombre.docx ;19:02;9824Car.
martes, 13 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario