La agresividad igual que la sexualidad es un instinto que no duerme.
Quien crea que puede eliminar de su sistema a la agresividad y sus manifestaciones (especialmente la violencia), se equivoca totalmente.
En días como estos, en que la emergencia de los fenómenos de la naturaleza pone en alerta a todos los mecanismos de supervivencia, los individuos muestran lo mejor y lo peor de sus contenidos emocionales, normalmente reprimidos en su vida cotidiana.
Es una especie de borrachera psico-química de adrenalina y otros componentes generados por el organismo para enfrentar las emergencias.
Y en el caso específico de la agresión y la violencia, algunos ya saben lo que hacen las borracheras de alcohol con las emociones y se pueden imaginar lo que pueden hacer las situaciones de emergencia.
Por lo pronto, en caso de tormenta en medio del mar, no se puede contradecir al capitán por muy neurótico que se le vea y toda confrontación debe ser postergada hasta volver a tocar tierra.
La supervivencia entra al frente de las prioridades y las sutilezas psicológicas se repliegan hasta que pase la situación de urgencia.
Nosotros aquí mientras tanto seguiremos platicando de estas cosas que pertenecen a la vida cotidiana, sin terremotos, sin inundaciones y sin Depresiones Tropicales.
En la vida cotidiana las únicas depresiones importantes son las asociadas con la tristeza de todos los días.
Como la tristeza que se sigue después de un ataque de violencia en el seno familiar.
Este fenómeno tan recurrente en todas las clases sociales y que es una plaga, especialmente en contra de las mujeres que dependen de sus maridos, se anida en los sujetos fundamentalmente masculinos que desbordan su agresividad, su impotencia, su ignorancia y su historia infantil sobre su pareja o sus hijos, en una fantasía de justicia que termina siendo un intento fallido de venganza.
¿De qué se venga un golpeador o un abusador?
Cree vengarse de lo que le hicieron a él, sea cierto o fantaseado es igual, durante alguna etapa infantil.
El problema es que toda esa venganza sucede en su inconsciente, como si fuera un mal sueño que se repitiera cada noche y se olvida al despertar.
El violento no recuerda que inició su violencia hace años, entonces se hace hipótesis fantásticas sobre el comportamiento de sus familiares que lo obligan a usar la violencia.
Argumenta indisciplinas, falta de servicio de la mujer, en términos de aseo, comida, lavado de ropa y las demás funciones de la vida hogareña y hablan generalmente de haber perdido la paciencia y estar cansados de ordenar mejoría y no obtenerla.
En los casos de paranoia extrema argumenta infidelidades a todas luces imposibles, con una mujer desaliñada y esclavizada a la crianza de un hijo tras otro y del trabajo del hogar que nunca termina.
Esos son los casos tradicionales de escenarios de violencia en casa.
Hoy se introducen nuevos escenarios, como son el del ingreso de la mujer y su colaboración económica.
Lo que empieza como una comodidad para el golpeador, termina siendo una condición castrante que genera indignaciones que el alcohol se encargará de estimular. Y la mujer que trabaja y se atreve a ganar más que el marido, lo cual en estos tiempos no es nada raro, se vuelve el blanco de acusaciones (falsas o reales es lo de menos) de infidelidad, de abuso de su libertad, de abandono de sus obligaciones caseras incluyendo a veces las sexuales que dejaron de ser atractivas en un hombre frustrado con su condición empequeñecida frente a su pareja… etc., etc.
En algunos casos minoritarios, la fantasía de venganza no se reduce al hombre, sino que también se da en algunas mujeres exitosas que sin saberlo ponen en el campo de la justicia feminista la recuperación de derechos humanos perdidos durante milenios en manos del patriarcado ancestral y la incorporan a las discusiones en el terreno de la lucha de poder en la pareja.
El problema es que cuando la guerra de los sexos entra por la puerta de la recámara, el acceso al placer sale por la ventana.
Y la violencia del hombre aparece como respuesta a la agresión no-violenta y pasiva de la mujer enfrentada con su poder al macho.
El resultado final sigue siendo el mismo, la violencia intrafamiliar cobra otra víctima más y todo será cuestión de tiempo antes de que esta pareja se separe o se cause daños irreversibles o se convierta en una nota roja más.
Y los daños que la guerra familiar, como cualquier otra guerra, causa a la prole, a los menores, garantiza las guerras del futuro cuando sean adultos.
http://jperezrobles.wordpress.com; VC101204ViolenFam.docx ;17:43;3876Car.
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