En este país usted tiene la libertad de profesar la religión que usted quiera en cualquier iglesia.
Si quiere ser Católico de la forma que quiera, Romano, Copto, Ortodoxo o Anglicano, lo puede ser con todo derecho; si quiere pertenece a una iglesia protestante como la Metodista, Congregacional, Bautista, Mormona, Adventista o la que aparezca esta semana, puede hacerlo libremente; si quiere ser judío, mahometano o budista, en cualquiera de sus denominaciones, pase usted, en este país no está prohibido.
Es más, si usted quiere declararse agnóstico o ateo, también puede hacerlo sin perder ninguno de sus derechos constitucionales.
Lo que usted no puede en este país es ser funcionario de elección popular, si es sacerdote, presbítero, pastor, predicador, cura o cualquier forma de representación religiosa, Al MISMO TIEMPO.
La enorme mayoría de mexicanos están contentos con ello, incluyendo la mayoría de católicos romanos. La cualidad laica del estado mexicano (igual que la del estadounidense, por si le mete angustia) nos ha resultado mucho mejor, que plegarnos todos a la iglesia mayoritaria.
Los mismos funcionaros católicos prefieren profesar su fe en lo privado, que ostentarla en público; especialmente si representan el Poder Ejecutivo.
Es tal vez el sentido común (¿o el espíritu de la ley?) lo que le indica al Ejecutivo el restringir su práctica religiosa cuando por fin se da cuenta que las cámaras de la tele registran cada santiguada que se da, con esa humildad farisaica de quienes sí saben rezar, precisamente cuando el Ejecutivo se persigna en el interior de una iglesia y en cadena nacional.
A partir de ahí no es solo un creyente más, sino un televangelista, un proselitista de su fe, de la misma categoría que los repartidores casa por casa de la Atalaya o las parejas de muchachos (en bicicleta, uno güerito y otro morenito con corbata negra) que traen la buena nueva, solo que hecho en la tele y en proyección nacional.
El presidente en México, aprende pronto lo que le indica su sentido común: no puede andar profesando su fe en público, como si no tuviera significado político ni consecuencias políticas peligrosas, al menos por lo que dure su gestión.
La proyección de la imagen del Ejecutivo mexicano no puede brincarse todas las trancas. La ‘reconquista del espíritu’ es una misión pastoral, santo y bueno; pero no puede convertirse en política de estado sin provocar la repetición de sangrientos fenómenos históricos hace mucho dejados atrás. [JPR, PB, 2000-12-21]
Pensándolo bien... El lenguaje (verbal o no-verbal) del Poder Ejecutivo mexicano debe ser un lenguaje laico, por encima de su ideología, su creencia, o la de sus socios y parientes; está acotado por la Constitución.
http://jperezrobles.wordpress.com/blog; PB101220Laico.docx; 11:16; 2398Car.
lunes, 20 de diciembre de 2010
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