No vamos aquí a hablar a favor de la violencia. Tampoco vamos a hablar en contra, eso será motivo de otro tipo de emisión de radio donde nuestro asombro por los índices de violencia nos lleven a tomar acciones moralistas para tratar de evitarla con consejos, admoniciones u homilías.
Aquí nos acercaremos al fenómeno violento para tratar de explicarlo y conocerlo, como un modo alternativo al espanto y la parálisis mental generalizada frente a las emociones violentas que la observación de la violencia de otros causa en nuestro interior.
A todos nos causa una reacción violenta en el alma y propicia a la violencia física el ver o escuchar un acto de abuso físico o psicológico de un ser humano fuerte contra otro débil.
En especial si tal abuso se da en condiciones donde el abusador no es un extraño y además tiene un orden jerárquico social superior al abusado. Puede ser un familiar, un maestro, un religioso, un policía o cualquier representación social o moral de la autoridad.
Y ese abuso es una contradicción sociológica en sí mismo.
La misma instauración de la autoridad en la civilización tiene la finalidad del orden social, del control de los instintos básicos, todavía hay reglamentos que lo anuncian en su nombre “Bando de Policía y buen Gobierno”.
La finalidad misma del gobierno desde sus orígenes, y algunos piensan que todavía hoy mismo, es la seguridad social que no es otra cosa que el intento de control civilizado de la violencia.
Obviamente, dado nuestro legítimo asombro por los índices de violencia reportados en la sociedad en los últimos años, estos intentos civilizadores simplemente han fallado.
Y eso significa nada más, pero nada menos, que las instituciones más sagradas de la sociedad han fallado. La familia, la escuela, la iglesia y, en primer término por su importancia social, el gobierno, la sociedad civil y los poderes fácticos (el mercado, el dinero y la delincuencia “organizada”).
Los intentos de la ciencia para explicar el fenómeno están llenos de buenas hipótesis que dan cuenta de la expresión de la violencia y su dinámica en las sociedades mamíferas superiores y sus correlatos en la sociedad humana.
Pero la guerra sigue siendo la expresión más brutal, masiva, mortal y destructiva de todas las expresiones de la violencia, es solo cuestión de ver las noticias sobre cualquier guerra de las que no han dejado de estar ahí en algún lugar del mundo todos los días, desde que usted nació hasta la fecha.
Pero las violencias físicas más impresionantes y que mayores efectos psicológicos colaterales imprimen en la imagen de sí mismos de los niños y los adultos es el de la violencia familiar.
Por más que tratamos, no somos capaces de comprender que un padre de familia pueda sacar la pistola del buró y matar a su mujer y a sus 5 hijos antes de suicidarse porque él y su esposa fueron despedidos del hospital donde trabajaban y su futuro y el de sus hijos se vio destruido en el acto. No nos sirve de nada la lógica que hace pensar al padre que si su futuro y el de su familia ha sido cancelado por la crisis y el desempleo, entonces lo que queda es cancelar ese futuro acabando con la vida de toda la familia.
La lógica de la violencia es contundente: “Muerto el perro se acabó la rabia”. Pero la comprensión emocional de esa lógica necesita de la propia locura, de la propia pérdida de la razón, de la propia demencia.
Los 10 mandamientos de Moisés, si usted los lee detenidamente con ojos de análisis social del fenómeno, independientemente de sus contenidos religiosos que se respetan y todo, son un código de orden civilizado del caos en el que habían caído las tribus de judíos esclavos de Egipto recién liberados que vagaban por el desierto aparentemente sin futuro. Los 10 mandamientos son la constitución básica de una sociedad que se ordena bajo una ley; y la interlocutora de esa ley, aparte de la fe en un sólo Dios que les costaba tanto a los politeístas egipcios, es el control de la violencia (“No matarás, no robarás, no codiciarás las cosas ajenas…”).
Desde antes de eso, la voluntad humana ha implantado el control de la violencia con la violencia institucional de la fuerza pública armada del estado (el ejército y la policía). Y todo mundo parece estar de acuerdo al firmar, así sea a regañadientes, el contrato social del país en el que vive.
Esta es mi nación, este es mi país, esta es mi patria, ni modo.
De la misma manera los hijos de una familia aceptan como su destino las reglas del entorno familiar, ni modo.
Bueno, pues eso se ha venido relajando con los años, con la ignorancia, con la pobreza, con el abandono afectivo, con las propias exigencias que la civilización impone sobre los que gobiernan a la familia, o la deberían gobernar.
Del mismo modo que los gobiernos gradualmente han transferido las obligaciones básicas de salud, educación y mantenimiento de la comunidad a los ciudadanos, los padres y madres de familia han tenido qué transferir parte de sus responsabilidades afectivas y efectivas, a otros profesionales (y a veces simples sirvientes) contratados para el cuidado de los niños.
Eso cuando hay con qué. Cuando no, el malestar y la pobreza entran por la puerta y el amor sale por la ventana. La puerta se queda abierta para que también entre la violencia en todas las formas que todos los días aparecen en los medios de comunicación.
Mujeres golpeadas por su hombres, niños golpeados por sus madre o su padre o su hermano mayor, niñas violadas o seducidas por sus parientes mayores a veces con embarazos prematuros.
De nada sirve que se agreguen mandamientos que traten de controlar esa violencia terrorífica, espantosa y nauseabunda. Los índices siguen creciendo.
Y esa impotencia nos hace actuar violentamente contra los violentos y la violencia. Por eso la idea de volver a traer la pena de muerte.
La lógica de la violencia es brutal y contundente: “Muerto el violento, se acabó la rabia”.
Pero todos sabemos que eso es una mentira, lo es con el perro y lo es con el violento. Matar un perro rabioso no acaba con el virus de la rabia; matar a un violador o golpeador no acaba con la violencia intrafamiliar.
Con esa lógica, la destructividad rebota contra el propio estado y se instaura ahí como promotora de la mayor violencia posible. La infiltración de los gobiernos por el interés económico narco, que todo lo corrompe, y la del interés económico financiero nacional e internacional, que también todo lo corrompe como lo vemos en cada ‘crisis’ y su consecuente ‘rescate’, son las dos enfermedades más profundas de cualquier estado moderno. En realidad es una sola enfermedad: el dinero, el mercado sin supervisión, la banca impune, Cada día se muestra con mayor claridad el “Síndrome de la Economía Política”. Una sola enfermedad con varias expresiones de la misma. La violencia es sólo uno de esos síntomas.
¿Qué los componentes de la violencia física son genéticos y son culturales? Claro que lo son, señores: TODAS las conductas humanas se deben a ambos determinantes; es descubrir el agua hervida decir que lo biológico y lo social son las dos causas de la violencia, eso lo planteó al psicoanálisis desde principios del siglo pasado. Y se ratificó en la carta de respuesta de Freud a un amigo que le preguntó “¿Por qué la guerra?”, unos años antes de que la primera de dos bombas de reacción nuclear se lanzara sobre Hiroshima y Nagasaki en la II Guerra Mundial. Ese amigo se llamaba Albert Einstein.
Al final de una larga exposición, Freud le dice a su amigo Einstein: Desde épocas inmemoriales se desenvuelve en la humanidad el proceso del desarrollo de la cultura. (Sé que otros prefieren llamarla «civilización».) A este proceso debemos lo mejor que hemos llegado a ser y una buena parte de aquello a raíz de lo cual penamos. Sus ocasiones y comienzos son oscuros, su desenlace incierto, algunos de sus caracteres muy visibles. Acaso lleve a la extinción de la especie humana, pues perjudica la función sexual en más de una manera, y ya hoy las razas incultas y los estratos rezagados de la población se multiplican con mayor intensidad que los de elevada cultura. Quizás este proceso sea comparable con la domesticación de ciertas especies animales; es indudable que conlleva alteraciones corporales; pero el desarrollo de la cultura como un proceso orgánico de esa índole no ha pasado a ser todavía una representación familiar. Las alteraciones psíquicas sobrevenidas con el proceso cultural son llamativas e indubitables. Consisten en un progresivo desplazamiento de las metas pulsionales y en una limitación de las mociones pulsionales. Sensaciones placenteras para nuestros ancestros se han vuelto para nosotros indiferentes o aun insoportables; el cambio de nuestros reclamos ideales éticos y estéticos reconoce fundamentos orgánicos. Entre los caracteres psicológicos de la cultura, dos parecen los más importantes: el fortalecimiento del intelecto, que empieza a gobernar a la vida pulsional, y la interiorización de la inclinación a agredir, con todas sus consecuencias ventajosas y peligrosas. Ahora bien, la guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más. La nuestra no es una mera repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia constitucional, una idiosincrasia extrema, por así decir. Y hasta parece que los desmedros estéticos de la guerra no cuentan mucho menos para nuestra repulsa que sus crueldades.
¿Cuánto tiempo tendremos que esperar hasta que los otros también se vuelvan pacifistas? No es posible decirlo, pero acaso no sea una esperanza utópica que el influjo de esos dos factores, el de la actitud cultural y el de la justificada angustia ante los efectos de una guerra futura, haya de poner fin a las guerras en una época no lejana. Por qué caminos o rodeos, eso no podemos colegirlo. Entretanto tenemos derecho a decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra.
Saludo a usted cordialmente, y le pido me disculpe si mi exposición lo ha desilusionado.
Eso fue en Septiembre de 1932. En 1937, Einstein le entregó a Roosevelt el proyecto de fabricación de la primera bomba nuclear que se lanzó en Hiroshima en 1945. Es la única bomba nuclear usada en una guerra real en toda la historia.
La violencia no se ha podido detener como esperaba Freud. De hecho ha crecido en intensidad y generalización en la especie humana.
No hay manera de no relacionarla con el entorno social, civilizado y cultural.
Lo que queda es defenderse de la violencia a como Dios nos dé a entender.
Por lo pronto, el mejor recurso frente a una violencia familiar es el retirarse de ahí, el cortar por lo sano y salirse de una situación irremediable que no puede ser peor que el abandono, especialmente para sus hijos. Sálvese ahora antes de que pase a mayores.
Pida ayuda a sus familiares o a las instituciones que medio funcionan todavía como el DIF o las No Gubernamentales que protegen a las mujeres golpeadas.
Con la violencia no se negocia, no hay razón ni arrepentimiento que sirva, es como una adicción, incurable, progresiva y mortal. También nosotros pedimos que nos disculpen por la desilusión causada.
http://jperezrobles.wordpress.com; VC101204Violencia.docx ;17:51;9478Car.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
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