miércoles, 11 de agosto de 2010

Ensayo sobre la fealdad - 11 AGO 10

Hoy aparece en el NYT un artículo sobre la fealdad y la toma de conciencia crítica desde la filosofía.

Obviamente el existencialista del lado oscuro Jean Paul Sartré está en primera fila, con su ojo extraviado; pero también habla de otros filósofos como si hubiera videos de la Grecia clásica y Sócrates saliera feo en You Tube.

Entre los filósofos de habla hispana el ético Fernando Savater, también de ojo flojo, brilla por su ausencia; y otros feos permanecen fuera de los reflectores, tapándose la cara tras sesudos papeles críticos de la abundante ignorancia y el escaso saber humanos.

El principio que sustenta a la fealdad como motor de la crítica, es que ésta es intrínseca al ser humano. Todos somos feos por causa de la insoportable levedad de la belleza. Solo los arquetipos pueden sostener su belleza por más de algunos días; el resto no tardan mucho con el maquillaje facial bien puesto, la cirugía corporal retando a la gravedad y la terapia superficial del alma que permite respirar hondo.

Los que no sean filósofos ni trabajadores del espectáculo, tienen ejemplos diarios más pegados a la tierra; aquí la fealdad física pasa a la fila de atrás en el coro y la fealdad intelectual o moral brinca a la primera línea.

Por supuesto que sabemos de quién hablamos ahora: de los hombres del poder político, eclesiástico y empresarial que arropa finamente toda fealdad.

Sin embargo, lo feo atraviesa el maquillaje que se deshace con el sol de las giras electorales, mientras lo feo se hace público en cuanto abren la boca solo para decir “¡Me-e-e!”; pero no es lo único, está esa otra fealdad menos cómica que no logra ocultar su codicia, su omnipotencia disfrazada de dádiva cristiana a todas luces imposible de sostener por cualquier ciudadano, pero no para mí que todo lo puedo, y la fealdad exhuma sus olores fétidos desde antes de llegar al poder.

A menos que la omnipotencia sucumba ante cualquier competencia más o menos racional simplemente porque, en la política real, algunos pueden consumir mucha fealdad por mucho tiempo, o todos pueden consumir un poco de fealdad por cierto tiempo, pero como dijera el bonito John F. Kennedy, citando a Abraham Lincoln: “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos por algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

Si esto lo supieran los políticos que se sienten los más bellos del barrio, en lugar de vanagloriarse de su ignorancia como si fuera buena... quien sabe…

La otra fealdad, tal vez más peligrosa que las obvias, es la fealdad del poder que transforma al cerebro recién llegado, haciéndolo percibir cada vez más distorsionada su realidad hasta que deja de tener relación alguna con ella; y el discurso del poder se hace cada vez más irracional y patético.

La ambición es el condimento de la fealdad, como el polvito en la nariz de la señorita pasada de años en el baño del restaurante de lujo. Es simplemente algo que la fealdad considera un recurso de ocultación al principio y una obligación necesaria al final. Solo satisfaciendo mi ambición satisfago mi fantasía de belleza maquillada.

Pensándolo bien... Un efímero postre de belleza para todos es ver ahora al loquito de Fox, después de la cachetiza que le dieron en la tele gringa, venir a descubrir, urbi et orbi, con la boca llena de razón, ¡que Calderón está feo!
http://jperezrobles.spaces.live.com/blog; PB100811Fealdad.docx; 18:17; 2873Car

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