En la Roma imperial la ciudadanía era un privilegio. A los territorios conquistados se les respetaba su tradición cultural y jurídica, los gobernantes de la colonia eran nacionales y el imperio solo se imponía por la presencia de un cónsul (Pilatos), una moneda romana y un impuesto por el que había que “dar al César lo que es del César”.
Ser ciudadano no es cualquier cosa [Por ejemplo: un joven oficial de origen mexicano me preguntó en un retén antes de San Diego, “¿Es ciudadano?”, ante la respuesta sonriente “Nop, solo soy mexicano”, dijo: “Quise decir, Ciudadano de EU señor, disculpe”]; pero ser ciudadano mexicano hoy en día [Sept. de 2000] es realmente difícil.
Ser ciudadano mexicano y coincidir en el tiempo-espacio con la frontera del imperio económico más grande de la historia no es cualquier cosa: se necesita cuidarse permanentemente del desmantelamiento de la propia cultura, se necesita vivir en un eterno estado de alerta contra el enconcharse en anacrónicas formas de concebirse a sí mismo como mexicano de película de Pedro Infante para defenderse, lo cual hace peor el remedio que la enfermedad; se necesita crecer más allá que un mes de la patria hacia formas menos superficiales de entender la vida nacional, el futuro del país, el desarrollo económico, las libertades civiles, las relaciones entre los mismos ciudadanos y sus gobiernos; se necesita generar una conciencia colectiva donde la práctica de la sospecha política sea legítima y legitimada precisamente para que no tenga que ser tan gritona e inútil que en su paranoia y su escándalo se consumen toda su credibilidad.
Para ser ciudadano en México se necesita no ignorar la existencia de un entorno nacional altamente desequilibrado; no con el desequilibrio natural y específico de los organismos vivos conocido como un “equilibrio inestable”, sino con un desequilibrio social que amenaza cotidianamente a la delgada capa envolvente de la cohesión nacional que nos mantiene unidos como un todo.
El trabajo subpagado y el subempleo son grandes agujeros de esa malla que se rompe por la frontera del norte; así como el tamaño del narco, la enajenación del PIB y la espantosa política agrícola; todos síntomas de la terrorista política económica...
Lo irónico (o patético) de todo esto es que es más fácil encontrar una defensa de la cultura mexicana en las grandes ciudades de EU (Los Ángeles, Chicago) y en la frontera norte del país; una defensa que ya no le teme al fundamentalismo gringo y revalora lo mexicano profundo, una defensa mayor que en el resto del país donde la cultura cotidiana está prácticamente reducida a la condición de una miseria hipercolonizada.
Definitivamente, ser ciudadano mexicano en México al lado de EU, es más difícil que nunca. [JPR, PB, 2000-09-25]
Pensándolo bien... Y todavía lo es, tal vez más que hace 10 años...
http://jperezrobles.spaces.live.com/blog; PB100927Ciudadano.docx; 11:38; 2495Car.
lunes, 27 de septiembre de 2010
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