Más que un tratado sobre las diferentes formas de la comunicación verbal de los seres humanos, como resultado de cientos de miles de años de evolución biológica y social, lo que nos interesa aquí es hacernos algunas preguntas.
¿Por qué cuando hablo con miembros de mi familia o con mi pareja o con quien sea que tenga una relación afectiva, no puedo llevar un diálogo razonable, fluido, sin que termine en desastre?
¿Cómo es que cuando decido abrir mi corazón al intercambio de secretos o confidencias es cuando menos comunico, más oculto y más sensible y vulnerable me pongo, dando al traste con mi propósito original?
O sea, después de muchas preguntas de este tipo la pregunta que queda al final sería, ¿por qué es tan fallido el diálogo, la discusión o el debate?
Como vimos al principio, la comunicación guarda una relación implícita con el poder y eso no es una novedad, lo aprendimos desde niños en los diálogos con nuestros padres y luego en la escuela y en la realidad adulta.
Pero lo que hemos sistemáticamente eludido es enfrentarnos con el aspecto oculto del la comunicación humana.
Para empezar: todo mundo miente.
El mentir empieza con mentirse a sí mismo, dado que no todo lo que el sujeto conoce sale por su boca; lo acumulado en su historia afectiva desde niño pasa a guardarse en los contenidos inconscientes mientras el sujeto lucha por adaptarse al entorno, a transformarlo o a abandonarlo, dependiendo de sus propios juicios de la relación de poder.
Y esa mentira que me tuve qué decir a mí mismo, se convierte con el tiempo en una verdad que define MI cosmovisión, mi manera de ver el mundo, mi YO, mi fe, mi filosofía, mi saber, mi ética.
Y mi YO racional interactúa con el entorno usando las reglas que mi cosmovisión acumuló durante mi vida; o sea, se comunica con la realidad externa de acuerdo con estas reglas ignorando por completo las OTRAS reglas, las que mi YO emocional guardó vivo en el inconsciente toda la vida y desde ahí actúa en el aquí y ahora, con o sin mi permiso.
Y aquí es donde empiezan los conflictos que definen el alma humana.
Eso explica por qué, cuando estoy tratando con mi pareja civilizadamente los términos del cariño que regularán nuestra vida amorosa después de 5 años de matrimonio para poder tolerarnos amablemente el uno al otro sin tener que sufrir dramas desgarradores cada fin de semana sin falta y todo va muy bien, de pronto, aprovechando ahorita que estamos en confianza y en el diálogo abierto, ¡la chinche vieja se empieza a meter con mi cerveza o con mi beisbol! o ¡el macho baboso me quiere decir hasta cómo vestirme y qué depilarme y qué no, para verme como a ÉL le gusta!; y con eso no se mete nadie y primero muerto/a, o mejor nos separamos y ya. Hasta aquí llegó la telenovela, click.
Se acabaron las buenas intenciones que ambos invirtieron para establecer una buena comunicación y mejorar la relación.
Y lo mismo pasa cuando se toca la responsabilidad de la educación de los niños para que sean sanos e inteligentes y no retrasados, neuróticos y burros. O cuando se define cuánto dinero se aporta a la casa por cada uno de los esposos o quién no está cumpliendo con lo que le toca. Y de la vida sexual, mejor ni hablamos, porque siempre se tocan fibras sensibles, valga la obviedad...
Exacto, usted ya se dio cuenta: nos ganan las pasiones. Pero las pasiones no son ciegas, fíjese, tienen su historia personal que está escrita en la novela personal que cada quién se hizo de sí mismo desde niño/a.
Y cuenta con estrategias de una inteligencia diferente a la racional y es lo que algunos acaban de descubrir como Inteligencia Emocional, en EU, después de evitar durante un siglo darle el crédito a Freud por el concepto.
La famosa inteligencia emocional no es más lo que está guardado en el inconsciente, como resultado de la manera en que me las tuve que ver desde pequeño con la bola de requisitos que la realidad adulta me impuso, y que ahora se ha vuelto mi formación carácter adulto que obedece, aparte de la genética, a lo que aprendí de lo que quisieron y de lo que NO quisieron enseñarme mis padres, abuelos, tíos, hermanos grandes, maestros, etc. O sea, la cultura en vigor.
Y esa inteligencia emocional es la que NO metemos en las normas sobre cómo dialogar en la intimidad; imagínese usted.
Al debate público lo atascamos de reglas que todo mundo está de acuerdo en que NO se cumplan, mientras que el diálogo íntimo familiar lo dejamos a la buena de Dios, esperamos que sea perfecto, y así lo destinamos al fracaso.
Porque si Adán hubiera podido dialogar con Eva exitosamente, ambos hubieran sabido cómo comerse la fruta del árbol del conocimiento sin problemas; y no traernos hasta hoy peleando con Dios como los judíos, por ignorar los límites del poder.
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sábado, 11 de septiembre de 2010
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