Probablemente sea útil premiar los signos de libertad en la sociedad.
Si hacemos monumentos a los hombres y mujeres que lucharon o murieron por tener patria, si hacemos santos a qienes lucharon o murieron por su derecho a creer en un Cristo Rey cuyo reino sí es de este mundo, si guardamos respeto a los estudiantes muertos del 68 en las luchas por la libertad de ser libre, tal vez sea congruente premiar la libertad de hacer público lo que considero denunciable, criticable, lesivo para la sociedad y la cultura, bueno para el desarrollo de los grupos sociales amplios o simplemente bello.
También debe tal vez ser útil decir, desde el gobierno, quién merece tal o cual premio, después de decir, desde el gobierno, que el gobierno no censura. Al menos tiene una función transitoria justificada; exactamente igual que la tienen las organizaciones de defensa de los derechos humanos: son instituciones que deben estar ahí mientras la sociedad no logre ser lo que pretende.
Mientras la libertad esté en cuestión, mientras los derechos humanos estén en entredicho, las luchas y los reconocimientos se justifican, al mismo tiempo que denuncian la carencia o escasez de tal libertad o tal derecho.
En una sociedad donde la libertad fuera tan cotidiana como el respirar, no se necesitarían luchas, ni leyes, ni instituciones que la protegieran o la reconocieran.
Nadie ha clasificado las formas de respirar para otorgar por ejemplo el premio a la respiración deportiva al llegar a la meta, la respiración de los amantes emocionados, la respiración del duelo por una muerte en la familia o la respiración del pizcador al final del surco.
Simplemente no se necesitan.
Nadie tampoco protege o premia la mirada de un crepúsculo marino, de la cara sonriente del infante amado, de la primera lluvia del verano, o la mirada atrapada en los ojos del objeto amoroso.
Las cosas más valiosas de la vida no cuestan dinero.
Los valores más altos de la existencia no necesitan de ningún sermón.
La mejor parte de la vida es la que no puede ser calificada por los demás, ni lo necesita.
El mejor trabajo no es el que tengo qué hacer, sino el que me gusta.
El mejor amor no es el que recibo, sino el que genero.
La libertad de decir en público no es solo una conquista, es más que un derecho, es mayor que una responsabilidad: es una necesidad inevitable del hombre y la mujer en grupo.
Pero llegar a tener esa libertad es, paradójicamente (como el arte y el conocimiento) un privilegio para una minoría. Todavía.
Así como el sueño de una sociedad justa es lograr que cada ciudadano tenga la posibilidad de acceso a la riqueza de la nación, el sueño de cada hombre libre es que la libertad sea propiedad de todos.
Pensándolo bien... Mientras tanto, la mejor libertad no es la libertad que me dan o permiten, sino la libertad que practico. [JPR, PB, 2000-05-30]
http://jperezrobles.spaces.live.com; PB100531Libertad.docx ;18:57;2480Car.
lunes, 31 de mayo de 2010
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