La agresividad igual que la sexualidad es un instinto que no duerme. Quien crea que puede eliminar de su sistema a la agresividad y sus manifestaciones, especialmente a la violencia, se equivoca totalmente.
En días como estos, en que la emergencia de los fenómenos de la naturaleza y los de la violencia del narco pone en alerta a todos los mecanismos de supervivencia, los individuos muestran lo mejor y lo peor de sus contenidos emocionales normalmente reprimidos en su vida cotidiana. Y peor aún, cuando nos encontramos en un período electoral capaz de definir los próximos 6 años de vida del estado, su desarrollo económico, cultural y social, cuando las opciones que presenta el sistema político se ven en su conjunto tan pobres de calidad intelectual, política y moral, en más de un solo sentido, que se suman a la ansiedad y angustia generalizada por sus impredecibles consecuencias.
El cuerpo y el espíritu individual están en estado de alerta y en una especie de borrachera psico-química de adrenalina y otros componentes generados por el organismo para defenderse de las amenazas emergentes.
En el caso específico de la agresión y la violencia, algunos ya saben lo que hacen las borracheras alcohólicas con las emociones, por tanto no es difícil imaginar lo que pueden causar las situaciones de emergencia.
Por lo pronto, en caso de tormenta en medio del mar, no se puede contradecir al capitán por muy neurótico que se le vea y toda confrontación debe ser postergada hasta que pase la tormenta o hasta volver a tocar tierra [“El motín del Caine” (1954), con Humphrey Bogart].
La supervivencia pasa al frente de las prioridades y las sutilezas psicológicas se repliegan hasta que pase la situación de urgencia.
Nosotros aquí mientras tanto seguiremos platicando de estas cosas que pertenecen a la vida cotidiana, aunque no haya terremotos, inundaciones y depresiones tropicales o elecciones generales en el estado.
En la vida cotidiana las únicas elecciones importantes son las que hay que elegir en medio de la tristeza de todos los días; por ejemplo, la tristeza que se sigue después de un ataque de violencia en el seno familiar.
Este fenómeno tan recurrente en todas las clases sociales y que es una plaga creciente, especialmente en contra de las mujeres que dependen de sus maridos, se anida en los sujetos fundamentalmente masculinos que desbordan su agresividad, su impotencia, su ignorancia y su historia infantil sobre su pareja o sus hijos, en una fantasía de justicia transferida que termina siendo un vano intento de venganza.
¿De qué se venga un golpeador o un abusador?
Cree vengarse de lo que le hicieron a él, haya sido cierto o fantaseado da lo mismo, durante alguna etapa infantil.
El problema es que toda esa venganza sucede en su inconsciente, como si fuera una pesadilla que se repitiera cada noche y se olvidara al despertar.
El violento no recuerda que inició su violencia hace años, entonces se hace hipótesis fantásticas (la más de las veces, inventadas) sobre el comportamiento de sus familiares actuales que según él “lo obligan” a usar la violencia.
Argumenta indisciplinas, falta de servicio de la mujer, en términos de aseo, comida, lavado de ropa y las demás funciones de la vida hogareña y hablan generalmente de haber perdido la paciencia y estar cansados de ordenar mejoría y no obtenerla.
En los casos de paranoia extrema argumenta infidelidades a todas luces imposibles, incluso con una mujer desaliñada y esclavizada a la crianza de un hijo tras otro y del trabajo del hogar que nunca termina, y que difícilmente podría ser el objeto sexual de nadie.
Esos son los casos tradicionales de escenarios de violencia en casa.
Hoy se introducen nuevos escenarios, como son el del ingreso personal de la mujer y su colaboración a la economía de la casa.
Lo que empieza como una comodidad para el violento, termina siendo una condición castrante que genera indignaciones que el alcohol se encargará de estimular hasta el paroxismo. Y aquella mujer que trabaja y logra ganar más que el marido, lo cual en estos tiempos ya no es nada raro, se vuelve el blanco de acusaciones (falsas o reales es lo de menos) de infidelidad, de abuso de su libertad, de abandono de sus obligaciones caseras incluyendo a veces las sexuales, porque su pareja dejó de ser atractivo para ella, como es lo lógico que le suceda a un hombre frustrado, con una personalidad empequeñecida frente a ella y que encima amenaza con golpearla…
En algunos casos minoritarios, la fantasía de venganza no se reduce al hombre, sino que también se da en algunas mujeres exitosas que, sin saberlo necesariamente, ponen en el campo de la justicia feminista la recuperación de derechos humanos perdidos durante milenios en manos del patriarcado ancestral y la incorporan a las discusiones en el terreno de la lucha de poder en la pareja.
El resultado es que, cuando la guerra de los sexos entra por la puerta de la recámara, el acceso al placer automáticamente sale por la ventana (con mayor razón si ya había empezado a salir desde antes).
Y la violencia del hombre emerge como respuesta a la agresión no-violenta y pasiva de la mujer, enfrentada finalmente al poder del macho.
El resultado final sigue siendo el mismo, la violencia intrafamiliar cobra otra víctima más y todo será cuestión de tiempo antes de que esta pareja se separe, o se cause daños irreversibles o se convierta en otra nota roja más.
Y lo triste de esto es que los daños que la guerra familiar, como cualquier otra guerra, causa a la prole, a los menores, garantizará las guerras del futuro cuando sean adultos.
Y colorín colorado, la violencia familiar ha triunfado.
http://jperezrobles.spaces.live.com; VC100501ViolenciaFam.docx ;18:23;4811Car.
sábado, 1 de mayo de 2010
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