Desde la concepción de la persona sin pareja como “la quedada” de la familia, en los siglos del pasado, vivir sola goza de mala fama.
Sin embargo, sea por la causa social que sea, el número de personas que están sin pareja que viven y trabajan normalmente (cuando tienen trabajo), ha aumentado en la sociedad.
Usted podría decir que la nueva generación le teme a las responsabilidades económicas de la formación de pareja o familia, y tendrá razón; puede decir que los ejemplos de familia que han visto durante su crecimiento en la pareja de sus padres, o lo que queda de ella, no es un buen estímulo para formar una nueva pareja propia, y tiene razón; usted puede concluir que la tasa de desempleo y las condiciones críticas de los individuos en sociedad dificulta el mantenimiento de una familia, y también tiene razón; puede pensar que las mujeres que trabajan se les ha vuelto más difícil el formar pareja por el temor de que signifique perder su empleo y su libertad individual, y que los hombres que pueden idealizar o respetar son cada vez más escasos, y no se equivoca; puede también decir que los hombres sufren de una ambivalencia entre su imagen de pareja femenina tradicional, que no pueden solventar, y el modelo de mujer nueva, que trabaja, que es económicamente independiente, y que lógicamente exigirá mayor igualdad de derechos en la casa, y eso también es cierto...
Las hipótesis pasan todas por el mismo lugar común: la formación de pareja, o sea el estar en compañía, el no estar sola (o solo), pasa hoy en día por una revisión más escrupulosa por los jóvenes que lo que se acepta en los medios y en la cultura misma. Por tanto, el concepto de estar solo y los sentimientos de malestar se asocian con el sentirse marginado por la sociedad; sentir la ansiedad que viene de la naturaleza, cuyo reloj biológico llama con insistencia a la reproducción de la especie (o sea a tener hijos y criarlos); soportar la presión de grupo social y familiar para que se casen; en suma, existe la sensación de que la condición de soledad individual todavía es mal vista por el resto (al grado de sospechar de la preferencia sexual del soltero/a) y eso todavía flota en las relaciones sociales como una inercia de la cultura dominante del pasado, que se contradice brutalmente con la realidad social y económica del presente.
Lo más lógico en estas condiciones es que se produzca angustia, ambivalencia, bipolaridad, y cuanto síntoma haya del malestar que provocan las contradicciones propias de esta cultura en la que vivimos.
La realidad social es que la norma productiva por excelencia es “la máxima ganancia con el mínimo esfuerzo”, y la formación de pareja, tal como se daba hasta ahora, representa exactamente lo contrario a esa norma. Y ese es el conflicto básico del escenario cotidiano que define estar sola(o) o en familia.
El amor romántico había sido el antídoto contra la dificultad de formar pareja en el pasado y, a pesar de los pesares, lo sigue siendo ahora: ambas partes de la pareja enamorada se sienten capaces de todo con tal de vivir juntos; y las bodas siguen haciendo cola en la agenda del templo que les toca.
Pero la actitud de las parejas enamoradas y sus decisiones, algo ansiosas y obsesivas, sobre un asunto que les cambiará la vida cotidiana radicalmente, hace pensar inevitablemente que el enamoramiento es una especie de locura socialmente aceptada; que “el amor es ciego” no es solo un dicho sino una verdad popular, dada la proliferación de peticiones de mano en las páginas de sociales; y todas las demás connotaciones bonitas de esta forma de amor así de romántico y a todas luces irracional como quiera, obligan al resto de la sociedad a no ver ningún tipo de cuestionamiento a esa manera de hacer pareja o resolver el problema de estar solo/a.
La sociedad indudablemente necesita de su “célula social” que es la familia, y no hay familia sin formación de pareja y todo eso que se necesita para reproducir a la especie; y por supuesto, todo el estado (gobierno e iglesia incluidos) tiene que bendecir al amor romántico.
Pero entonces ¿qué hacemos con tantos muchachos y muchachas que aumentan las filas de los hombres solos y mujeres solas en el mundo? (Y conste, aquí donde usted está oyendo esto, también ES el mundo); por cierto las que están solas (o solos) NUNCA aparecerán en las páginas de sociales anunciando su “soltería oficial hasta que la muerte los separe... de sí mismos”.
En estas condiciones es que en las áreas urbanas surgen los grupos gimnásticos, los deportes extremos, los cruceros caribeños especiales, los moteles temporales urbanos, los grupos de boliche, ciclismo y otras actividades donde lo que menos importe sea el estado civil.
Y en el internet pululan los correos con bellísimas presentaciones “Power Point”, aconsejando sobre cómo concebir bien al amor romántico y cómo reconstruir “los valores de la familia”; valores que le parecen obsoletos a esta generación y están tal vez guardados en un nicho por la anterior generación, que vivió en un pasado siempre mejor, pero que no sabe cómo vivir en el presente.
Y bueno, si lo romántico existe (o sea, si todo pasado fue mejor) no resulta tan falso que la crítica popular ponga en boca de alguno de los enamorados su deseo de vivir juntos con la frase irónica “Aunque sea debajo de un guamúchil”; árboles que por cierto son hoy más imposibles de conseguir en lo urbano que una casa de interés social, la que a su vez será una casa destinada a que se la quiten y perderla, cuando no la puedan seguir pagando por falta de empleo, lo que resulta ser un representante concreto y material de la abstracta e ideológica “Pérdida de los valores familiares”.
Por otra parte, también en la red brotan de cualquier lugar terapeutas al vapor que aconsejan con toda la boca llena de sabiduría, como si fueran consejeros financieros de Wall Street, diciendo lo que más le conviene a usted creer sobre sí mismo y los demás. Y lanzan ‘urbi et orbi’, en ausencia de un método serio, supuestas hipótesis que no pasan de ser audaces ocurrencias sobre el alma humana; (al fin que “cada cabeza es un mundo”...).
No sé usted, pero yo francamente lo dudo. Existen algunas no tan sutiles diferencias entre enseñar y amaestrar; entre transmitir conocimiento y adoctrinar (y de pasada hacer negocio con la ignorancia).
Mire usted, es cierto que el amor romántico está a la baja en las bolsas de valores para aquellos que están en edad de merecer; pero cuando se baña a un niño, hay que tener cuidado de no tirar al niño junto con el agua sucia de la bañera.
O sea, no por la desilusión que produce el afecto real una vez que se acaba el enamoramiento fantaseado por los miembros de la pareja, vamos a castigar al amor con nuestro abandono total, en el nombre de la razón. No hay nada más terrible en la vida (en el sentido estético, pero también en su capacidad de producir terror) que la falta de esa porción de amor necesaria para la subsistencia del espíritu. Y la razón sirve para explicarlo, pero no para denegarlo.
No hay terapia en el mundo que nos salve de la tristeza “endógena”, que no es otra cosa que el clamor por tener al menos una ración mínima de amor o de su representante en mi espíritu, que venga a mí de otra persona. Así se dio desde el origen en la cuna y no hay destete que lo cure, ni adolescencia que lo destruya, ni madurez que lo ‘supere’, ni política que lo reemplace; ni nada que lo pretenda sustituir con cualquier alimento chatarra para el espíritu.
Y esa tristeza, como los demás malestares que produce la cultura dominante, son avisos críticos de que nuestras formas de organización social, incluyendo la familia, dejan mucho qué desear para el buen desarrollo de la persona humana.
Y si la estadística muestra más de esa tristeza que la que debiera estar ahí en el mundo, entonces lo que está mal no es la adaptación del individuo al mundo, sino la organización del mundo que impide que el individuo se adapte con gusto a cada nueva estación de su crecimiento.
Suficiente problema es para cada individuo de la especie la simple supervivencia, para que encima le quieran endilgar que SU tristeza por SU soledad se debe a que no se ha adaptado a vivir consigo mismo. Algo no está bien planteado ahí desde el principio.
La recurrencia, en las películas de ciencia-ficción, de las escenas donde los extraterrestres súper-avanzados que nos invaden, terminan vencidos o convencidos por el incomprensible amor de los humanos, tiene más razón que la que cree. Blas Pascal lo dijo muy claro hace 4 siglos: “El corazón tiene razones que la razón ignora”.
El amor (con o sin adjetivos) actúa así de irracional, es cierto; pero tal vez sea porque nuestra razón todavía no es suficientemente “racional” para que podamos vivir en sociedad sin destruirnos y tampoco sirve mucho para vérnoslas con nuestros afectos, nuestros sueños, fantasías y deseos. La evolución es aún joven.
Estar solo es una experiencia antropológica y social, que primero se debe explicar como tal en lugar de hacer hipótesis psicológicas pragmáticas a la ligera; la soledad del individuo urbano no es una experiencia nacida del afecto (aunque la soledad afecte al afecto y genere una falsa concepción de sí mismo), es un fenómeno fundamentalmente social cultural, no necesariamente psicológico.
Es saludable aprender a ESTAR solo sin ser abatido por la sensación de SENTIRSE solo y abandonado en esta vida matraca. Eso no tiene discusión.
Pero si el amor a mí mismo no alcanza a ver que mi necesidad de amor es la misma necesidad de la otra persona con la que vivo (como lo cantara John Lennon) entonces la sociedad amorosa no funcionará. No importa la aparente razón de mi discurso.
Es más, si el instinto básico de atracción no se anida en la compleja elección de pareja, tampoco funcionará: no importa qué tanto aprenda yo a vivir estando solo aún cuando estoy en compañía.
No hay manera de separar lo irracional del amor con lo racional del pensamiento que pretende una manera inteligente de vivir la vida cotidiana.
Eso es tan imposible como separar en vida al cuerpo y el alma: están unidos “hasta que la muerte los separe”.
La razón que me permite estar sola (o solo) tiene el mismo peso y la misma necesidad que el deseo ancestral de estar en compañía de otro ser humano amado.
http://jperezrobles.spaces.live.com; VC100326EstarSolo.docx ;16:53;8605Car
sábado, 27 de marzo de 2010
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