Ella lo planeó todo desde que eran novios.
Al menos es lo que creía: que lo podía planear todo. Claro, que habría un cierto margen de error, ni que fuera tarada; pero era un buen plan para cuando estuvieran casados, ¿no?
La casa, la colonia donde vivirían, la escuela donde desde ahora metería sus solicitudes; una para el niño, en la escuela donde estuvo el papá y otra para la niña, donde estuvo mami, y así no andar a las carreras.
El seguro de estudios superiores en el banco, el seguro de vida de los dos papás, el seguro hospitalario para toda la familia.
¿Qué me falta?
La psicóloga, por supuesto; el curso de kumón, la maestra de inglés, natación, piano, Tae Kuan Do para la niña y Karate Do para el niño...
¿Cómo estarán los viajes de intercambio dentro de 14 años? ¿La India, Brasil o China? Bueno, como estén; hay que dejar un apartado para eso también.
Todo está fríamente calculado: estimulación temprana, jardín de niños moderno y de pocos alumnos; nada de andar escuchando consejos de los abuelos, no saben nada de nada, computadora desde el primer año de vida, una educadora contratada como baby sitter, una hora diaria de calidad maternal...
Ella lo planeó todo desde novios.
Ella y su pareja serían los padres que nunca tuvieron ninguno de los dos y que se la pasaron todo el noviazgo contándoselo el uno al otro como si fuera un concurso de “Quién Tuvo Los Peores Padres” o algo así. La realidad es que nunca se pudieron poner de acuerdo si era peor el alcoholismo violento del padre de uno o la depresión crónica y la hipocondria de la madre de la otra. Fue un empate.
Ella fue una excelente alumna en su escuela profesional, siempre becada por su alto rendimiento escolar que le mereció premios de su familia: viajes, autos, tarjetas de crédito...
Y llegó a formar una familia con un excelente sentido del orden y la disciplina, de lo que debe ser y hacer una madre perfecta.
Sólo faltó una sola consideración: Los hijos no son motocicletas, no son un Nintendo, no son computadoras;los niños son primero animalitos de Dios y después se hacen animales superiores que rápidamente se convierten en seres racionales, hablantes e inter-actuantes.
Pero no sólo eso, también se transforman en una especie de seres extraterrestres que aprenden de su madre TODO; incluyendo lo que la madre NO les quieren mostrar de sí.
Los niños ven a sus mamás como si fueran transparentes, como si su inconsciente se asomara por los poros de la piel que los amamanta o como si sus deseos escondidos salieran de los patrones acústicos de la voz que los educa; como si el lenguaje no verbal de la madre les estuviera diciendo, por un megáfono de vendedor de naranjas “hasta la puerta de su casa”, infinidad de cosas que las madres no dicen por el habla, pero que el niño aprende por aproximaciones sucesivas al misterioso lenguaje del cuerpo.
O sea, el niño no sólo cumplirá con el deseo manifiesto de la madre, sino también con el deseo latente; el oculto, el que nunca imaginó que podría ser aprendido por el hijo.
Y es entonces cuando el proyecto de perfección de la madre se colapsa como bolsa de valores desinflada, unos 15 años después de nacido el bebé.
¿Qué persigue la maternidad perfecta? ¿Qué desea que sea su hijo esa madre?
La perfección del método es lo único que ha cambiado aquí. O sea, el uso de los recursos sociales, culturales y mercantiles para satisfacer el deseo de que el hijo sea lo que yo no fui, es lo que aparenta una perfección dedicada, con todo lo que hay, a lograr lo imposible: moldear la personalidad y el éxito de mi hijo.
Una perfección obviamente destinada al fracaso.
Lo que no ha cambiado es el deseo de que mi hijo sea lo mejor que ha aparecido sobre la superficie del planeta, desde hace miles de años.
Eso siempre ha estado ahí; que mi descendencia tenga lo que yo no tuve, sepa lo que yo no supe, logre lo que yo no logré en el campo en el que yo me desenvuelvo, satisfacer mis deseos no cumplidos.
Entonces yo, como madre, tengo que actuar como la madre ideal que traigo en el fondo de mí misma, y que llenará los huecos, los pendientes, que mi pobre madre, por ignorante o por maleta, no pudo satisfacer. Yo seré para mi hijo o hija la madre que siempre quise tener y que nunca tuve.
Desde ahorita ya sabe usted en qué terminará esa telenovela.
No se logrará el propósito, el hijo le saldrá a su madre como todos los hijos han salido por los siglos de los siglos: de otro modo cualquiera, para bien o para mal, pero no como la madre deseaba que saliera.
Si sale mejor o peor es por razones ajenas al deseo materno; y su modo de ser siempre viene acompañado con otras cosas que la madre nunca previó; por ejemplo, salen alcohólicos, salen gay, comunistas, ateos, sexo-servidoras, divorciados, decoradores, narcos, ricos políticos corruptos, o peor aún: pobres políticos NO-corruptos…
Usted puede imaginar más ejemplos que estos.
De lo que aquí hablamos es de la historia que hay detrás del perfeccionismo de la madre y de lo que se oculta en tal perfección, que es lo que lo convierte en un proyecto fallido, imperfecto.
En primer lugar, la idea misma de perfección, se reconozca o no, trabaja contra natura. La naturaleza no conoce la perfección aunque el espectáculo de la naturaleza indudablemente da momentos que bien podrían considerarse perfectos, como un ocaso enrojecido sobre la raya del horizonte marino, una cascada en medio de la selva, la visión de la nieve nueva o el paisaje del valle desde la cima de una montaña, los documentales sobre la ternura maternal de las fieras, el comportamiento sincronizado de las especies masivas, como el nado de algunos cardúmenes o el vuelo de pájaros migrantes… puede usted agregar más ejemplos.
Pero la naturaleza es fallida, imperfecta. Indudablemente es evolutiva y buscadora de unidades cada vez más amplias y complejas, pero lejos de la perfección. Y, con todo respeto, sentimos recordar que la especie humana también es parte de esa naturaleza. Podrá ser la punta de flecha de su evolución, pero aún así es parte del reino animal.
¿Por qué entonces, si sabemos bien que tal perfección es imposible aquí y ahora, la buscamos en el acto de la crianza y la educación de la siguiente especie, como si fuera una mutación?
Las fantasías de omnipotencia en la mente humana están ahí desde el narcisismo primitivo del bebé que alucina el pecho materno por hambre y succiona al aire; la madre lo ve y le da de mamar, pero el bebé le atribuye a su alucinación a SU poder de hacer aparecer el pecho que satisfará su hambre. Claro, tal especie de locura desaparecerá pronto bajo el principio de realidad, que le mostrará al niño que la mama y la mamá no son extensiones de su cuerpo sino una parte o el todo de otro ser humano ajeno a su poder.
Pero eso no evitará que los brotes y apariciones del pensamiento mágico lo acompañen por toda la vida, a pesar de las lecciones de la realidad concreta o de la escuela que le muestran el pensamiento racional.
Lo mágico y lo racional conviven en el ser humano desde el día uno hasta el último; y tal vez de su mezcla hayan salido las mejores creaciones del arte y los mejores inventos de la ciencia; pero cuando una de estas actividades humanas se impone a la fuerza sobre la otra, algo pasa que ya no funciona bien. Y falla.
Cuando reprimimos la fantasía o negamos a la razón, algo pasa que la realidad ya no obedece a nuestros deseos. O si lo quiere ver al revés: nosotros dejamos de actuar en sincronía, sinfonía, armonía con la realidad. Dejamos de reconocerla y respetarla.
En realidad, la realidad nunca obedeció, ni obedece, ni obedecerá a nuestros deseos. La realidad es indiferente a los deseos o fantasías individuales. Ya estaba ahí antes de que naciéramos y estará ahí después de la hora de nuestra muerte amén.
Desear que mi hijo sea la mejor creación del planeta es un deseo totalmente legítimo y si me presiona un poco, es inevitable; siempre está ahí a pesar de que a algunos les dé pena, mi hijo es un genio y mi hija la más hermosa del mundo. Cero discusiones.
Pero eso deja de tener sentido cuando implanto un proyecto de apoyo instrumentado para lograr que se cumpla ese deseo de manera perfecta.
Incluso cuando me digo, “Claro que no creo que sea perfecto, ni que fuera idiota, es sólo para generar las condiciones propicias para el desarrollo de sus facultades; ¡ni modo que no haga uno nada por el crecimiento de sus críos!”, aún ahí me estoy engañando con una razón adecuada que oculta el deseo obsesivo de que todo camine bajo control, como relojito.
Pero el calendario de la naturaleza tiene varias sorpresas, entre ellas la adolescencia, cuando toda la fábrica de educación y disciplina de la niñez se vuelve obsoleta, y las ideas de los padres pasan a ser francamente tontas, necias y obsoletas a los ojos de los hijos.
Son padres obsesivos con el orden y con el rendimiento escolar; descendientes de una moral que niega sus conflictos internos, pero que los hijos perciben cada vez con mayor claridad, desmitificando con la simple observación de los hechos aquello que sale por la boca de su madre; de una madre perfecta.
Y si el proyecto llega a triunfar, a como dé lugar y haya sido como haya sido, y se logra un hijo que haga todo lo que la mamá quería que hiciera y dijera al pie de la letra, la mamá se dará cuenta tardíamente que en el interior de ese autómata reproductor de la mezcla de lo que los dos padres nunca pudieron ser, no hay nada, está vacío en su interior; no hay un YO que le pertenezca al hijo, sólo hay un TÚ que le pertenece a la mamá.
(Le dije que usted ya sabía en qué terminaría esta telenovela).
¿Entonces qué tengo que hacer? ¿Qué hago?
El método tradicional es criar a los hijos como se han criado durante todos los siglos: dejando fluir a la naturaleza, contemplar el desarrollo y vigilarlo de cerca, pero sin intentar refabricar lo que la naturaleza ya fabricó desde lo genético por sí sola; y que lo sigue construyendo ahorita mismo mientras su hijo interactúa con usted sin que usted esté enterada de todo lo que se mueve ahí.
Porque lo que se interactúa es mucho más que lo que usted piensa, es inconsciente y tiene qué aceptar que usted no tiene el control consciente sobre una buena parte de esas interacciones con sus hijos.
Un serio golpe al narcisismo, al Ego o al perfeccionismo.
Para eso, es necesaria una cierta humildad científica de su parte, una cierta capacidad para aceptar esa ignorancia sobre el método perfecto de educación de mis hijos. Y un reconocimiento de que, si lo que pretendo con mis hijos es compensar lo que yo no tuve, no hay nada de malo en ello; pero si sólo eso mueve mi intención educadora, estaré muy lejos de lo que mi hijo necesita para su mejor desarrollo.
Estaré simplificando y reduciendo su desarrollo así como yo reduzco mi interés a la satisfacción de mis propias carencias afectivas infantiles usando a mis hijos o a mi pareja para ello.
Tal vez en el futuro habrá qué ver si ese USO de los hijos no constituirá un verdadero ABUSO infantil.
De alguna manera debo darme cuenta, como madre, de que no es mi voluntad directa la que formará a mis hijos, sino que es un complejo de interacciones afectivas familiares, diferentes en tiempo y espacio para cada uno de ellos; esto lo logrará mucho mejor que mis disciplinas o mis ansiedades.
Hace menos daño la aparente negligencia de las madres ignorantes de las clases más pobres, que la preocupación obsesiva y deformante de las madres perfectas de las clases más ricas o las que simulan serlo.
No es llevando al niño al psicólogo donde está la solución del problema, eso sólo es un curita, una aspirina. No hay nada de malo en que el niño vea al psicólogo infantil; pero usted, o ambos en pareja como adultos, si ven a un psicólogo de adultos, su niño saldrá mucho más beneficiado con ello.
A la mitad del camino, fuera de los extremos que de todos modos nunca logran lo que pretenden, se encuentra una genuina preocupación por el desarrollo saludable de los niños, al construir un ambiente de actitudes afectivamente propicias, aunque no sean necesariamente efectivamente perfectas.
En todo caso, lo que funciona mucho mejor es una honestidad de fondo, una afectividad libre, por aleatoria e impredecible que sea; y un flujo de información lo más apegada a la honesta verdad que se pueda entre padres e hijos al transmitir el saber.
Responder a las preguntas de manera directa y honesta, aunque sean preguntas tabú, aunque se quiera proteger la inocencia infantil, si el infante no entiende la respuesta no se preocupe, la entenderá cuando sea más grande y vuelva a preguntar lo mismo. No importa el contenido, lo que importa es que el niño sepa, perciba, que su padre o su madre confía en él y en su razonamiento responsable.
Lo que al niño más le ayuda a crecer sanamente es estar seguro de que es amado, más que cualquier otra cosa.
Todo lo demás podrá estar bien o no, pero deberá estar supeditado a este principio básico del desarrollo infantil: “Aquí, en mi casa, yo soy amado por mi madre sin duda alguna; y cuando tengo alguna duda de nuevo, los hechos del día siguiente me demostrarán que me aman a pesar de mis equívocos y mis temores”.
De nuevo, el mejor amigo de la vida es el amor, así de imperfecto.
No hay madres perfectas; hay madres amorosas.
http://jperezrobles.spaces.live.com/
http://www.lineadirectaportal.com/
VC100306MaternidadPerf.docx; 12:30; 11035.
lunes, 8 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario