domingo, 28 de noviembre de 2010

Celos e Idilio (VC) - 27NOV10

Los celos aparecen el mismo día que Dios pone Orden en el Universo y saca del paraíso lactante, orinante y zurrante a ese bebé que creía estar todavía en la placenta durante su primer año de vida; y obliga a la madre a imponer el primer mandamiento: “Controlarás tu esfínter con el sudor de tu ‘asterisco’”.

Ese fue el fin del idilio conocido como la díada madre-hijo del primer año de vida. Un amor incondicional donde el o la bebé lo obtiene todo de esa extensión suya que es la mamá y que está ahí para satisfacer todos sus deseos, todos; “Su mirada es un lago espejo, donde me veo como Narciso: la cosa más bella y más amada del mundo. Nadie más que yo”.

Todo eso termina ahí, y empieza el aprendizaje de una realidad antes ocultada: la lengua materna; el saber que Yo y mamá somos dos cosas distintas; el negar y mentir; la entrada en escena de papá: para ellos, como una amenaza de castración: el primer rival de su vida y la fundación del primer sentimiento de celos; para ellas, la aparición de un nuevo objeto amoroso hacia quien giran su atención y fundan nada menos que la primera infidelidad.

Esto obliga a pensar que los celos (“Mi objeto amoroso obtiene placer de una fuente que no soy yo”) son un descubrimiento masculino y la infidelidad (“Mi objeto amoroso informal me atrae tanto o más que mi objeto amoroso formal”) es un descubrimiento femenino, ambos en el desarrollo psicosexual primario.

La pregunta inmediata sería ¿por qué entonces las mujeres se muestran más celosas y los hombres más infieles en la adultez, si el origen es inverso?

Una respuesta posible es (a): ambos mienten. La otra es (b): ambos se mienten a sí mismos. La tercera es (c): tanto (a) como (b).

La mejor respuesta posible se inscribe por supuesto en la ubicación histórica de los celos y la infidelidad.

Así como en el desarrollo de las habilidades de conquista y seducción que se aprendieron en la infancia de los adultos cercanos y luego se probaron y erraron durante la pubertad y la adolescencia, las actitudes infieles y celosas de hombres y mujeres han pasado por diferentes determinantes culturales a lo largo de la historia de la civilización desde el fin de la endogamia y la prohibición del incesto cavernario.

La fidelidad de Penélope a Ulises sólo puede aparecer en la mitología por su imposibilidad intrínseca en la realidad. Las infidelidades de Don Juan y Casanova serán puestas en cuestión no sólo por los ofendidos celosos sino por toda la literatura subsecuente.

La sabiduría popular las disfruta como fantasía, pero en el fondo no se las cree.

La respuesta más seria es que si usted observa las fases siguientes del desarrollo, se dará cuenta de que los celos y la infidelidad originales infantiles sufren una transformación en los siguientes años.

Ambos parten de la apropiación de sus objetos amorosos: normalmente la madre para el niño y el padre para la niña; pero tal apropiación pasa por la prohibición del incesto, que no es poca cosa, y el proyecto tendrá qué ser abandonado al crecer lo suficiente para ir a la escuela y cuando todo su sistema psicofísico esté centrado en el aprendizaje, más que en el intento de organizar sus polimorfas parcialidades eróticas tan inquietantes a los ojos de la tía Gertrudis. Ahí se instala el Súper YO, las buenas costumbres morales y todo mundo tranquilo.

Bueno, al menos mientras aparece la pubertad.

Pero eso es otra historia...
http://jperezrobles.wordpress.com; VC101127CelosIdilio.docx ;12:58;2916Car

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