Sobre la forma como comunicamos aquí lo que pensamos para articularlo y compartirlo con usted por una parte, y lo que piensan otros para criticarlo o aplaudirlo, por otra, se pueden decir mil cosas para denostarlo o descalificarlo; y todas tienen razón.
Por ejemplo, se puede decir que lo que decimos aquí no tiene nada de original porque siempre son críticas o comentarios sobre noticias de otros, y eso es cierto por necesidad. Los comentaristas de noticias no producen noticias, quienes lo hacen son los reporteros que andan en la calle y las detectan, las fotografían, las graban, toman declaraciones de los políticos o los empresarios notables y se publican aquí mismo o en otros medios.
Lo que aquí digamos de lo que dicen otros tiene que ser citado si hemos de guardar un mínimo de ética profesional, no podemos decir cosas como si nosotros hubiéramos creado la nota y no darle crédito a quien la originó.
Incluso lo que fuera de mi propia opinión, inevitablemente pisa sobre los hombros de pensadores de todos los tiempos, aunque no los cite. Al fin de cuentas, toda opinión es una crónica de lo ya sucedido. Ninguna idea o pensamiento es original hoy en día (“Que no le digan que no le cuenten, atrás de la raya, que estoy trabajando”).
El problema de la relación entre el pensamiento, el habla y la escucha, es que siempre son fallidos e insuficientes. Tanto este pensamiento como cualquier otro que pretenda esclarecer las verdades que se ocultan detrás de los hechos siempre aparentes, siempre ocultadores, siempre a medias y produciendo esa sensación al terminar de leer un libro cuya solapa prometía tanto, o al salir del cine de ver una película cuyos anuncios, los nombres del director y de los actores o la tecnología utilizada prometían tanto, que parecía que ahora sí sería la satisfacción completa; y no.
Es semejante al problema de vivir y disfrutar de la vida: en el afán de forzar su disfrute al máximo, los mecanismos de defensa cierran los ductos del flujo del placer y la cruda moral se encarga de regañarnos al día siguiente por la ebriedad sin medida de anoche; y encima de todo la muerte nos apresura en días como hoy.
El placer del texto, como bien llamara Braudillard, no está tanto en el texto que me halaga o que me hace sentir en lo correcto, eso es una ilusión; está en ver que otro pueda articular una idea que yo he traído conmigo toda mi vida y no había podido darle sentido. Encontrarme esa idea en un texto o escucharla en boca de otro, produce en el YO el gozo del descubrimiento de un proceso lógico atrapado en las redes de mi ideología y mis temores infantiles; y, a pesar de las ambivalencias, de su liberación.
El placer de vivir no está en la perfección, eso es un espejismo: el perfeccionismo está destinado a una muerte en vida; el placer del texto vital está en los pequeños descubrimientos de los vasos comunicantes entre la complejidad de la naturaleza, la expresión de la cultura y el descubrimiento del conocimiento.
Pensándolo bien... No. No es fácil; nunca lo ha sido.
http://jperezrobles.wordpress.com/blog; PB101102Placer.docx; 10:58; 2642Car.
martes, 2 de noviembre de 2010
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