sábado, 20 de noviembre de 2010

La Mentira (VC) - 20NOV10

Cuando la mentira se vuelve menos consciente del entorno, menos diplomática para cumplir funciones evolutivas es cuando se incorpora al aparato psíquico del ser humano y empieza a mentirse a sí mismo.

Ahí es donde empieza la complejidad, la ambivalencia, y la gran dificultad moral que convirtió al fenómeno mentiroso en pecado; y aparece la gran dificultad cultural para nombrar a la mentira antropológica por su nombre y mejor la llama mitología, en griego.

Nadie pone en cuestión el derecho moral que los griegos tuvieron para creer que sus diosas se paseaban por la plaza de Atenas con sus mortales amantes-héroes favoritos en carrozas de lujo, como si fueran narcos de ahora en camionetotas brillantes.

Sin embargo, lo verdaderamente admirable ahí no es tanto la capacidad de mentir de los religiosos creadores de estos mitos geniales, ni de la genialidad de sus homéricos literatos, sino la facilidad asombrosa con que la gran masa griega los deseaba creer, lo aceptaba y hasta hacía la guerra en nombre del mito.

La mentira ha jugado una función en el desarrollo del ser humano que va más allá del entendimiento racional formal, cartesiano.

Necesitamos dar un gran rodeo por el desarrollo del individuo para poder medio entender las razones que la humanidad tiene para creer en sus propias mentiras.

El conocimiento humano ha descubierto que la configuración de la mente racional y la emocional conviven en dos planos no siempre en común acuerdo: el plano conciente y el inconsciente.

El inconsciente no tiene una estructura aparente y, hasta ahora, sólo podemos hacer hipótesis sobre cómo está formado. El psicoanálisis ha surtido al conocimiento de un aparato teórico suficientemente sólido como para llevar más de 100 años a contracorriente del propio objeto de estudio, que se resiste sistemáticamente a ser explorado desde lo clínico, y contra un inconsciente colectivo y una ideología dominante que presentan también fuertes resistencias al conocimiento desde la civilización y la cultura dominante.

Dejando aparte las dificultades epistemológicas de los métodos de investigación del comportamiento del alma humana, el asunto es que la mentira finalmente está siendo observada por los filósofos y pensadores, como otro fenómeno más de la naturaleza y no tanto como un pecado o una enfermedad.

La mentira acompaña al desarrollo psicosexual infantil desde el primer año de vida: el idilio madre-hijo, es una confluencia de necesidades que la evolución pone en el instinto materno de los mamíferos superiores y en el instinto de conservación del bebé.

Esa etapa es el mayor símil que puede haber de la idea de paraíso o nirvana en la vida humana. Es un amor sin contradicciones y sin condiciones; con una fuerza que sobrepasa toda voluntad y con una capacidad de entrega a la relación que excede todo sacrificio.

La mujer moderna sufre aún más esta mentira porque el instinto materno, de por sí insuficiente desde todos los siglos para poder satisfacer la insaciable demanda amorosa del bebé, ahora con la actividad múltiple que la emancipación femenina le trajo, como es el trabajo fuera de casa, lejos del bebé, sin guarderías ni políticas de empresa o gobierno que favorezcan el cuidado maternal, la insatisfacción es obvia; así es como el paraíso es subvertido desde la civilización, y la mentira emerge.

Los sentimientos de culpa, conscientes o no, salen a flote y la función materna, siempre incompleta, sin querer queriendo sufre tanto en la libertad social moderna como en la esclavitud cultural a la que la madre antigua era sometida bajo el paternalismo.

La mentira acosa al niño/a cuando el paraíso, aún en la mejor de las condiciones, termina simplemente por crecer, por el paso del tiempo; y la satisfacción primaria desaparece.

Lo que era natural y libre, como hacer pipí y popó, ahora se vuelve una serie de reglas complicadas que habrán de ser aprendidas por fuerza, con brutalidad o con método pedagógico, al final será lo mismo: se pierde la libertad y es el final del idilio; y con ello viene la expulsión del paraíso.

De ahí en adelante, el niño empieza a defenderse haciendo uso de su pensamiento mágico, que lo nutre de todo un ejército de pensamientos omnipotentes; por ejemplo, creer que, si pensé en la muerte de uno de mis padres, entonces puede ser que se muera, aunque me sentiré culpable por haberlo pensado, como si realmente tuviera ese poder: o sea, el montaje interminable de una mentira sobre otra.

No tardará en aparecer la primera elección de objeto amoroso que será uno de los progenitores; elección que en cuestión de tiempo se tendrá que abandonar, en medio de una profunda sensación de fracaso porque nadie le dijo que no se valía el incesto.

Posteriormente, en la pubertad esta elección gira hacia un miembro extra familiar de la comunidad con todas las vicisitudes de las que ya hemos hablado en otras pláticas y que todos hemos experimentado de algún modo; dificultades que reaparecen en la gran mentira romántica de la formación de pareja. Necesaria, pero mentira al fin.

Otra mentira más que se suma a la mitología, que no es más que la re-escenificación modernizada de las clásicas mitologías griegas.

Y a partir de ahí, se repite el ciclo de la reproducción que seguirá per secula seculorum.


A estas mentiras que son determinadas directamente por la cultura, y pueden verse como externas, tenemos qué agregar una sistemática práctica de la mentira en su variante de la ocultación de la verdad que proviene de las memorias infantiles reprimidas en lo interno del sujeto sujetado a su historia y a su cultura. Un círculo perfecto.

Los deseos inconscientes, erótico o agresivos, que no son tolerados por el Yo conciente, que sobrevive entre las fuerzas instintivas por una parte y las fuerzas culturales por otra, tratando ansiosamente de quedar bien con unas y con otras al mismo tiempo, generalmente fallando en el intento, serán deseos reprimidos, olvidados, sacados de la conciencia y del pensamiento racional, pero no del inconciente emocional, desde donde actuarán a espaldas del sujeto sujetado.

Aquí es donde la llamada inteligencia emocional moderna entra a tratar de poner la casa en orden y evitar la revuelta y el caos; unas veces con la mentirita blanca del amor, otras veces con la mentirita de la disciplina, reproduciendo las experiencias tempranas del idilio materno-infantil y de la ambivalencia disciplinaria del control de esfínteres.

La absorción sin cuestionamiento de los mitos y tabúes culturales, no por malos sino por fallidos, pretenciosos e incompletos (o sea mentirosos), lleva a la servidumbre del alma cuyo destino será el malestar de la civilización. La sensación de que así no estamos bien.

Como sucede con la agresión, a la que delimitamos como fenómeno natural y cuestionamos su fama de “mala” porque sí, la mentira debe recapitularse como algo que sólo significará un daño cuando identifiquemos si su origen y su aplicación concreta trabaja contra la vida y el desarrollo evolutivo.

Tal proceso de identificación no deja de ser a su vez una complejidad, que también pasa por los determinantes culturales dominantes y por las resistencias ideológicas inconscientes de siempre; pero no hay conocimiento logrado que no haya pasado por esas dificultades.

Es cuestión de recordar a Giordano Bruno, quemado en la plaza pública por negar la tierra plana y a Galileo que por poco lo quemaban por andar diciendo que hasta se movía.
http://jperezrobles.wordpress.com; VC101120Mentira.docx ;17:41;6287Car.

No hay comentarios: