Es uno de los componentes más perniciosos del deseo.
Las formas de la envidia pueden ser las más simples y primitivas versiones de la agresión, curiosamente está relacionada con el objeto amoroso al que considera como parte del espacio vital, como parte de la propiedad territorial, como parte de la posesión patrimonial; o pueden ser formas sublimadas (elaboradas) que transfieren el sentimiento primitivo a los símbolos civilizados del éxito de otros; como son las posesiones materiales, la fama, la riqueza o cualquier forma de poder adquirido en el desarrollo individual o grupal.
La envidia aparece desde la configuración del triángulo madre-padre-hijo(a), luego se reproduce en la fratría o el grupo de los hermanos, por las diferencias de los sexos, del lugar que se ocupa en la escalera de las edades, y del desarrollo de la inteligencia individual que produce logros y reconocimientos familiares y sociales diferentes entre sí.
La envidia, como puede sospecharse, acompaña (aunque no determine) a toda lucha ideológica o de clase que se presente en las formaciones sociales de todo tipo. El concepto de poder no se puede entender sin la sombra de la envidia que lo acompaña.
En el trabajo diario, la envidia urbana está en toda la carrera masiva por el ascenso y la envidia en el campo hace tantos siglos que se mueve entre agricultores y ganaderos, que el pasaje bíblico de Caín y Abel representa el primer caso registrado de la civilización judeo-cristiana.
Lo que llamamos “la política” en tono peyorativo, como algo deleznable y repudiable, es la politiquería: es la lucha a codazos, alianzas imposibles y traiciones increíbles por pasar al frente de las oportunidades. La “grilla” es un concepto que alude a la envidia no muy bien escondida en la mezcla de estas construcciones.
Ningún sujeto carece de envidia sentida en sus relaciones hacia otros, así como nadie está libre de ser objeto de envidia de parte del otro o los otros.
Con la envidia pasa igual que con los celos, que han terminando siendo un caso particular de la envidia: No hay más que de dos tipos de envidiosos: los que lo son, y los que lo niegan.
La diferencia entre la envidia y los celos es que la envidia, por ser un producto de la cultura, algo más alejado del instinto territorial de origen animal, puede ser enmascarada por los mecanismos de adaptación social del sujeto, como una estrategia de supervivencia en grupo. La envidia puede hasta negarse, aunque ya nadie se crea tal negación, dado que es la esencia de lo “socialmente correcto”: todo mundo tiene qué aceptarla para conservar las relaciones de colaboración y competencia.
El acuerdo social sería: “Yo acepto que tú NO me envidias, a cambio de que tú aceptes que yo NO te envidio”. Y así se logra seguir la fiesta en paz: desde el nivel individual más íntimo, hasta el nivel de política internacional más amplio.
Así será hasta que la fiesta termine o se interrumpa porque una de las partes observe objetivamente, o simplemente ‘sienta’ paranoicamente que el otro haya roto el acuerdo ‘políticamente correcto’.
Las motivaciones o movimientos emocionales internos de la envidia siempre son justificados. Siempre se encuentran ahí afuera las razones que expliquen su existencia. El disfraz favorito de la envidia denunciada es siempre “la justicia”.
Lo que en medio de las envidias que se dan en la lucha por el poder político se llama fraude, en los tribunales electorales se llamará justicia.
Lo que durante mucho tiempo jugó un papel soterrado y tolerado por la envidia en el mercado negro del dinero lavado, se convirtió en una infiltración corrupta de los envidiados sistemas políticos y financieros que representan al poder real del globo y en la asociación de los países ricos que ahora forman una parte inocultable de la culpa de las crisis masivas mundiales.
O sea, la envidia no es un asunto pequeño, no es un chiste de color amarillo o verde de envidia, no es algo que aparecía solamente cuando abríamos los paquetes bajo el arbolito y veíamos que la muñeca era más chica o la pista de carritos menos ancha; la envidia está ahí en todas las formas de la agresión cotidiana, como fantasma invisible que tiene repercusiones en toda la civilización humana.
De ahí que el tema principal de muchas organizaciones monacales de diferentes religiones sea primordialmente la humildad contra la soberbia, la fraternidad contra la rivalidad, y llaman a dar amor en lugar de demandarlo, a poner cristianamente la otra mejilla ante la violencia, a guardar silencio budista zen para desactivar la agresión, a la meditación yoga contra la violencia del otro y la propia, al rezo obsesivo cantado como reloj humano y al martirio islámico.
Pero la envidia, junto con las demás pasiones salvajes, sigue ahí en el alma humana, a pesar de sus avances filosóficos, científicos o religiosos.
Cada vez peor en la medida que no se reconozca en lo profundo. No con un reconocimiento superficial y medio tramposo, como el de un pecado que vuelve a aparecer cada semana después de profundos estados de arrepentimiento, creyendo que con eso se le da gusto a Dios, que de seguro tiene muy buen sentido del humor, porque el engañado es al fin de cuentas el adicto a su pecado.
O sea, me engaño a mí mismo haciéndome creer que en mí ya no aparecerá la envidia, porque ya la lloré, la enterré, y prometí y decreté que esta es la última vez que la envidia corroe mi alma. Ajá.
La negación es el más eficaz de los mecanismos de defensa, hace desaparecer el malestar inmediatamente como por arte de magia: “Abracadabra” y la envidia desaparece. La culpa desaparece. Me siento bien.
El único problema es que como todos los demás movimientos del alma, o sea, como todas las emociones, mientras menos se reconozcan, se vuelven más perniciosas, fuertes y peligrosas. Es como atravesar la selva negando que haya víboras, como navegar el mar y negar que pueda haber tormentas o volar negando que se den turbulencias.
La única vía para vérselas con el malestar que provocan las pasiones es reconociendo mis emociones no deseadas o mis deseos prohibidos antes de apuntar con el dedo a las mismas pasiones reconocidas pero habitando al otro.
Insistimos aquí como siempre: no con la intención de desaparecer las pasiones y los deseos prohibidos para siempre, sino buscando cómo vivir con ellos adentro porque, me guste o no, serán mis compañeros de viaje por el resto de mi vida.
La envidia no es excepción.
Así que puede usted continuar envidiando a quienes dicen que no sufren de envidia porque lo tienen todo, que están completos y realizados o que son buenos musulmanes o budistas o muy buenos cristianos.
Tal envidia será gratuita, o sea inútil, porque no existe ni medio ser humano siquiera que tenga resuelta su vida así, ni de ninguna otra manera.
http://jperezrobles.wordpress.com; VC101127Envidia.docx;12:47;5733 Car.
domingo, 28 de noviembre de 2010
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