sábado, 2 de octubre de 2010

Amar al Amor - 02OCT10 (VidCot)

Hoy le daremos una mirada a una de las funciones del amor, tal vez la más manoseada por la cultura y la más desconocida, en el sentido de ignorar algo que está a la vista: el verbo amar.

No es gratuito que en la escuela se usara por mucho tiempo ‘amar’ como el modelo de conjugación gramatical de un verbo ejemplar por ser uno de los más regulares de la lengua española. (Yo amo, tú amas… etc.)

De hecho, la definición del verbo alude al amor en todo caso gramatical: El verbo es acción, pasión, existencia y estado; y esta cualidad no puede estar mejor representada en la vida humana que por el amor; o por su verbalización en el amar.

El acto de amar es, antes que cualquier cosa científica o poética, una pasión. Para el psicoanálisis es lo más cercano al inconsciente y la primera organización del deseo hacia un objeto del placer asociado a la alimentación, o sea el deseo de mamar.

‘Amar’ y ‘mamar’ difieren de una sola letra: la eme del principio. Además, si nos fijamos, ‘mamá’ y ‘mamar’ difieren de otra: la erre del final. Escríbalas y verá...

La primera relación amorosa, el primer acto de amar de un ser humano es la búsqueda instintiva con la boca abierta del seno materno para su primera alimentación apenas olfatea estar en brazos de la madre cerca del pecho.

Este instinto y su satisfacción moldea todas las formas adultas del amor que están lejos en el tiempo durante el primer año de vida, pero que hasta allá llegará su influencia y su presencia inconsciente.

Dicho de otro modo, tal vez un poco brutal pero definitivamente más fácil de entender: todos los que amamos, de una manera u otra mamamos. Nos alimentamos simbólicamente del objeto amoroso actual, del mismo modo como nos alimentamos materialmente del primero en la lactancia; y ese es el más primitivo instinto en juego cuando las feromonas viajan por el aire para estimular la fundación de la pareja y todas sus complejidades.

Desde este punto de vista, la acción de amar no es algo negociable, no obedece a la oferta y la demanda y no se pueden hacer ahorros amorosos, ni compra de acciones a futuro, ni inversiones a plazo fijo. Cuando se hace cualquier cosa que se parezca a las finanzas, el sujeto termina siendo la víctima de su propia fe depositada en una pirámide, avión o arbolito amoroso: o sea, termina siendo EL fraude.

No. Amar es una experiencia que se paga al contado. Amar es un placer y su precio es la necesidad imperiosa del otro, de su presencia, de su mirada, su voz, su olor, su tacto. Cuando yo amo eso, ahí mismo se paga; quien espere algo a cambio de este deseo, de esta necesidad del otro, está perdido desde que puso sus fichas en esa apuesta. Si no en esta mano, en la que sigue lo perderá todo.

Amar, es una pasión que no reconoce más tiempo que el presente de indicativo: ‘amo’; el pretérito ‘amé’, y el futuro ‘amaré’ son meras formas del habla; el modo subjuntivo ‘que me ame’ representa una mera forma del deseo o la fantasía; el imperativo ‘ámame’ es un simple berrinche; y en cualquier conjugación perfecta, ‘haber amado’, resulta ser una simple especulación ideológica de la utopía o la catástrofe.

Quien pretenda usar su amor (su acción de amar, su pasión amatoria, su existencia como amante o su estado enamorado) como moneda de cambio, no sólo comete un equívoco de orden moral al convertir el sentimiento en mercancía, sino convierte a su modo de amar en una negación absoluta de la definición cristiana del acto amoroso: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Creer que porque YO te amo y ‘muero’ por ti, entonces tú me debes corresponder en MIS términos, por el tiempo que YO diga, con la atención, la frecuencia y la intensidad amorosa que YO necesito, porque así, y con mayor entrega, YO te he amado, es un derecho tan legítimo como creer en la santidad del padre Maciel; aunque es una creencia destinada al fracaso.

Para empezar: creer que mi amor es desinteresado, dispuesto hasta la esclavitud y que sólo requiere de ‘un poco de tu amor’, es una múltiple mentira: (1) me miento a mí mismo porque no es verdad que NO tengo un interés cuando deposito mi amor en el objeto de mi deseo; (2) mi disposición a la esclavitud es una promesa a futuro que será olvidada cada vez que satisfaga mi deseo y, (3) así como no hay lactante que se conforme ‘con un poco de pecho’, no existe tal cosa como un adulto que se conforme “con un poco de amor”.

Amar, hay qué decirlo de una vez, es la experiencia más placentera que existe en la vida. No hay ninguna experiencia que supere el placer que el acto de amar esconde para los que se aman y se encuentran en el dulce abrazo.

Claro, ese placer escondido necesita ser encontrado; y no siempre sucede; de hecho no es tan sencillo que suceda; y en algunos casos lamentables, NUNCA sucede por múltiples razones.

De las causas anatómico-fisiológicas no hablaremos aquí, simplemente porque ignoramos el tema: si persisten las molestias, consulte a su Ginecólogo, Urólogo o al médico que guste; pero sí puede ser útil considerar aquí las razones psicológicas que tienen qué ver con lo que acabamos de decir: el amor placentero no se encuentra por equívocos en nuestra concepción particular, en nuestra idea del amar, en lo que “para mí” es amar.

La necesidad instintiva de amar y la experiencia de satisfacción amorosa, insistimos, conlleva un quantum de placer extraordinario; y eso algunas personas obsesivas lo convierten en una adicción. No porque el amar sea un vicio o un estupefaciente (aunque a veces las personas enamoradas se comporten como si lo fuera, o peor), sino porque la formación de la personalidad exige su repetición compulsiva e irracional, exactamente como una alcohólico o drogadicto.

La razón de la similitud es muy simple: toda adicción es un acto sustitutivo de la necesidad de amar. Si el sujeto no aprendió el ritmo amoroso de apego y desapego del pecho de la madre desde el primer año de vida y sufrió un ‘destete traumático’ (o cualquier equivalente en su desarrollo psicosexual infantil), su dificultad para satisfacer o negociar con una realidad que no puede manipular en función de su deseo infinito lo obligará a encontrar otras fuentes de placer que sustituyan a la que sienten que han perdido para siempre.

Esta necesidad puede caminar hacia los vicios, especialmente a la ingesta desmedida (bebidas, drogas, alimentos en exceso) o a cualquier otra cosa repetitiva, como el juego de azar; pero también puede fluir hacia el conocimiento, el deporte, el arte, los negocios, la política o la religión.

La civilización misma, para bien o para mal, está construida sobre los cimientos de la falta de amor, o como hemos visto aquí, lo que el sujeto cree le falta.

¿Qué nos queda por hacer entonces, cuando no sabemos cómo amar y quedarnos a gusto con lo que “nos tocó”, que por cierto es lo que escogimos?

Se podría hacer una tabla de 100 mandamientos sobre lo que NO hay que hacer para aprender el “arte de amar”, pero no difiere mucho del “arte de vivir”, sea lo que usted crea que sea eso.

La diferencia es que ‘el vivir’ ha dado tantas lecciones de vida en el proceso de crecimiento, que lo hemos más o menos aprendido; pero ‘el arte de amar’ tiene un componente que obnubila el pensamiento y eso es el deseo.

Por una parte está el deseo erótico o sexual, que como vimos por sí solo puede ser adictivo; pero no es el único; además está el deseo de poder, entendido como un “buen poder”, como el poder patrimonial o matrimonial, como el poder amoroso de la madre o del padre que ven por el bien de los hijos.

En la vida amorosa, en el acto de amar, aunque una de las partes lo pida y a veces lo exija, el paternalismo y el maternalismo son, al mismo tiempo, los pilares que sostienen a la pareja y el mausoleo del amor.

Es mentira que el matrimonio o el tálamo nupcial sean la tumba del amor; la verdadera tumba es el equívoco en la idea de amar que el sujeto trae ensartada en la neurona inconsciente de hasta atrás, que salta cada vez que se enamora para imponer su forma autoritaria y narcisista de amar, una forma comúnmente disfrazada de una moral que impone lo que cree o supone que “así debe de ser”, cuando es una imposición inconsciente de su hambre de poder y control del entorno que es lo que le quedó como recurso de supervivencia después de su destete y de su edipo.

Amar pide algunas cosas básicas: (1) No apoderarse de su objeto de amor como si fuera su auto o su casa; (2) Siempre negociar la forma y la frecuencia de los actos amorosos con el amor que yo escogí, pero que viene de otra tribu familiar diferente de la mía; si eso no me satisface, no es rechazo del otro, es insatisfacción en mi interior y es mejor actuar en consecuencia en lugar de buscar culpables afuera; (3) Mi pareja es diferente, no necesita ser igual a mí y no lo será nunca; (4) Nunca lograré cambiar a mi pareja hasta hacerla a mi gusto como quien adiestra un perro o un caballo; (5) Lo que YO cambie en mi persona es por mi puritito gusto y NO garantiza que mi pareja cambie también, ni mucho menos la obliga; (6) Yo no engendré, ni parí, ni crie a mi pareja.

Si la forma de amar no puede concebir el espacio vital del otro como parte de la vida cotidiana, se volverá contra la pareja y la destruirá; no necesariamente la divorciará, sino que la separará aunque decidan seguir viviendo juntos.

Quien logre establecer una forma de amor adulto, donde se reconozca lo más honestamente posible que mi pareja es igual o mejor que yo en muchos aspectos que no he logrado aceptar, será una persona que ha aprendido al menos lo mínimo necesario saber sobre el arte de amar.

Y que el éxito de la vida amorosa consiste en reconocer, elaborar y aprender de los errores, en lugar de tener la razón y culpar con ella al otro.

Tenemos aprendizaje pendiente para rato...


http://jperezrobles.wordpress.com; VC101002Amar.docx ;12:31;8092Car

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