Mire usted, el amor de por sí es un concepto abstracto de difícil articulación, sólo se le describe por sus síntomas y no hay una teoría sólida al respecto; entonces ¿cómo esperar que el amor en pareja NO sea aún más difícil y complejo?
Para empezar, el amor como concepto abarca una miríada de ideas que van desde el amor de Dios a sus hijos, hasta el amor por la paz del mundo.
El amor divino se explica con metáforas del amor de los padres a los hijos y que van desde el primer mandamiento donde Jehová dice, “No tendrás dioses delante de mí (...) porque yo soy un Dios celoso”. [Éxodo, 20, 1-17]
Y de esta forma de amor paternal o maternal es de donde el niño aprende a amar, en toda la cultura Judea-Cristiana-Occidental; y en el resto de las culturas también.
Nadie sabe a ciencia cierta si la idea del amor de Dios a sus fieles es una metáfora del amor que sienten los padres por los hijos, plasmada en los libros religiosos de oriente desde antes que apareciera la Biblia judía; o al revés, que los animales de la selva son celosos con sus crías porque Dios lo mandó así en todas las religiones, como se lo mandó a Moisés; o más aún, que todo esto es el resultado de la evolución darwiniana, imagínese usted.
No discutiremos eso aquí.
El caso es que la posesión del objeto amoroso (o del ser amado, si le molesta ser tratado como “objeto”), viene en el paquete del amor, desde el nacimiento; igualito que la reacción instintiva a cualquier amenaza contra el propio espacio vital o el territorio individual del reino animal.
El niño lo aprende de la mirada de la madre, del estudio de su lenguaje no verbal durante todo el primer año de vida en el que su necesidad de ser amado es un asunto de vida o muerte y no sólo un gusto o un placer.
“El deseo de ser amado del niño lactante se finca en el primer año de vida y no abandonará al sujeto durante toda su existencia”. [Freud]
Y ese es el modelo amoroso que configura todas las otras formas y variedades del amor.
El amor en pareja es obviamente el más representativo de esta condición contradictoriamente posesiva y territorial del amor.
El amor siempre presenta estos dos registros: (1) el registro amoroso de la entrega total, de la renuncia a sí mismo por el otro y (2) el registro del poder, menos reconocido por ser más inconsciente.
El poder de la razón, del respeto, de la jerarquía, de quién manda aquí, de quién tiene más dinero, más energía, de quien depende la vida o la muerte de esta pareja. Ambas instancias son totalmente subjetivas pero necesitan el consenso para poder sobrevivir como pareja. Si no hay algún tipo de acuerdo al respecto, tarde o temprano la pareja muere; o “el amor se acaba”.
Como puede verse desde ahora, el amor en la pareja depende totalmente de una par de ideas germinadas en el modelo infantil del primer año de vida durante el idilio madre-hijo/a.
Un modelo que nunca podrá repetirse igual durante toda la vida pero que será buscado insistentemente por el bebé interno que no sabe de paso del tiempo y que acompaña al adulto/a hasta que se muere.
El modelo está fincado en la entrega total como expresión y seguro del amor.
El lema sería “Si yo me entrego a los brazos del ser amado, automáticamente obtendré el amor que necesito y el que me satisface hasta la saciedad, en respuesta a mi entrega”; lo que no es otra cosa que la necesidad y el deseo del bebé lactante para lograr su nutrición y desarrollo físico.
Es el correlato psíquico o espiritual en la emoción del infante, que la naturaleza ha puesto ahí para garantizar, con el deseo infantil, su propia alimentación periódica nutriente.
Usted en este momento está pensando seguramente que es exactamente lo que su pareja pide de usted y tiene toda la razón del mundo. Eso es relativamente fácil de observar.
Pero lo que nos cuesta trabajo identificar es que también es lo que usted pide de su pareja.
Ambos miembros de la pareja son celosos, posesivos y territoriales. Ambos creen que tienen el derecho y la razón para argumentar a favor de su poder.
La contradicción es que junto con esta lógica, convive en ambos la esperanza de que mágicamente aparezca un amor omnipotente que lo salve todo, lo comprenda todo, lo perdone todo sea lo que sea…
Y la guerra por la paz y la tranquilidad se hace en el seno de la pareja; todos los muertitos se justifican en aras de salvar la pareja, de salvar el amor, de no fracasar, o como usted le quiera llamar a la muerte del amor por el poder.
El amor en pareja entonces, no puede ser esta búsqueda inútil y destinada al fracaso del Nirvana, de la Ciudad de Oro o Cibola, de Shangri-lá o del final feliz de los clásicos cuentos de cuna: “Y vivieron felices eternamente...”.
El amor en pareja es más bien una alianza de dos para poder soportarse el uno al otro. No tanto por amor, que ya se dio eso desde el principio y al formar una familia con hijos, pero no basta; sino por los acuerdos, alianzas, complicidades y estrategias, tanto emocionales como racionales, que logren establecer en esa sociedad, que es amorosa por una parte y de supervivencia por otra.
El amor en pareja es otra cosa totalmente diferente al deseo de ser amado que inició la pareja por necesidad instintiva y que no nos abandona nunca, pero que fácilmente puede convertirse en irracional.
Es darse cuenta de la imposibilidad de satisfacer aquel deseo mágico infantil, que probablemente ya alcanzó a identificar en sus propios hijos lactantes y en la perfección amorosa del idilio madre-hijo del primer año de vida.
Eso le pasó a cada uno de los individuos de la pareja y sin saberlo es el amor que añoran en la actualidad. Lo cual es muy romántico pero se atraviesa y obstaculiza la conservación de la relación de pareja; o sea, la conservación de la familia.
Claro, también la permanencia de la razón pura en la pareja cotidiana es otra entelequia, es otra fantasía, de ahí la necesidad de generar los propios mecanismos de defensa de común acuerdo para que, a pesar de las fallas y limitaciones, se mantenga el deseo de vivir juntos que, reconocido o no, está presentes en toda pareja.
Todos los esfuerzos son válidos; todos los métodos también.
La pareja vale la pena; la familia, los hijos y los nietos, valen la pena.
Son la representación más concreta de la vida; y así de incompleta y de imperfecta como es la vida en sí vale la pena.
http://jperezrobles.worldpress.com; VC101023Pareja.docx ;13:21;5287Car.
domingo, 24 de octubre de 2010
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